Qué se dice
El gran incendio

Qué se dice<BR><STRONG>El gran incendio</STRONG><BR>

Habrá que irse acostumbrando, visto lo ocurrido antenoche en Monte la Jagua, Moca, a la nueva «moda»; esos brotes de racismo, xenofobia y violencia ciega contra ciudadanos haitianos cada vez que se les vincula, así sea por un simple error o confusión, a la comisión de algún delito, sin duda otra de las consecuencias de un problema –el de la incontrolada migración haitiana– que cada día que pasa nos depara nuevas y desagradables sorpresas.

Si no lo creen fíjense en lo que acaba de ocurrir en Cozuela, una pequeña comunidad de Montecristi, donde según reportes de las autoridades 30 haitianos golpearon, asaltaron y despojaron de su fusil a un miembro del Ejército Nacional a quien dejaron por muerto. Una cosa, desde luego, no tiene nada que ver con la otra, algo que no tardarán en establecer las autoridades policiales y militares que investigan los hechos, pero vistas desde lejos, en perspectiva, parecen chispas del mismo incendio.

Llover sobre mojado

 Ha vuelto el padre Luis Rosario, responsable de la Pastoral Juvenil, a llover sobre mojado con su planteamiento de que el desarme total de la población civil es la única solución efectiva al problema que representan, en estos momentos, la violencia y la delincuencia, en el entendido de que solo una medida radical puede contener un problema de las dimensiones del que nos enfrentamos. El vehemente y reiterado reclamo del sacerdote, desgraciadamente, está destinado a caer en saco roto dada la falta de voluntad por parte de las autoridades de llegar a tales extremos, pero no está muy claro si esa falta de voluntad obedece al convencimiento de que sería materialmente imposible, además de políticamente indeseable, sacar todas esas armas de las calles, o simplemente se impone el pragmatismo fiscalista de un gobierno que prefiere cobrar impuestos a complicarse la vida determinando quién está en capacidad y quién no de hacer uso responsable de un arma de fuego. ¿Alguien nos saca de las dudas?

Entre la espada y Haití

 Vista desde la comodidad de las gradas la lógica que invoca el embajador de Italia en el país, Giorgio Sfara, luce impecable. ¿Qué utilidad tendría, para la comunidad internacional, que el caos que gobierna de aquel lado de la frontera se extienda a este otro lado? La afirmación del embajador italiano de que a la comunidad internacional en modo alguno le interesa una fusión entre República Dominicana y Haití sino que allí se celebren elecciones libres y democráticas el próximo 7 de febrero debería llevar alguna tranquilidad a los nacionalistas del patio, mas que nada porque esa proyectada fusión ha sido su más recurrente pesadilla, pero las primeras reacciones dicen todo la contrario. Así las cosas resulta evidente que la declaración de intenciones del diplomático no basta para negar la existencia de una de las grandes obsesiones –«falacia» la ha llamado Franklyn Franco– de nuestra historia contemporánea, sobre todo si ha sido la propia comunidad internacional, ciega y sorda a lo que está a la vista de todo el mundo –la inviabilidad de Haití como Estado– la que mantiene pendiente sobre nuestras cabezas, como la espada aquella, la inquietante amenaza.

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