Qué se dice
El padrón no falla

Qué se dice<BR><STRONG>El padrón no falla</STRONG>

Los grandes «ausentes» de las recién pasadas elecciones congresionales y municipales fueron los haitianos, algo que demuestra que a pesar de los llantos de redomados agoreros el país progresa electoralmente. Se reafirma que República Dominicana dispone de un padrón seguro, depurado, transparente y funcional; el único problema, avizorado a tiempo por cierto, fue el de algunos traslados de votantes, principalmente a Pedernales, lo que al final no tuvo mayores consecuencias. Antes siempre aparecía quien alegara que los inmigrantes haitianos constituían un recurso que los políticos inescrupulosos ponían en juego y de cuando en cuanto aparecía la acusación de que tal o cual partido había logrado que miles de haitianos ejercieran el sufragio. Tal versión se esgrimió frecuentemente contra el doctor José Francisco Peña Gómez, sin que dejaran de presentarse situaciones en las que el tal uso de braceros se atribuyera al doctor Joaquín Balaguer. El fantasma  del voto haitiano parece que ha desaparecido del ambiente electoral. Además tampoco cunde el temor a que  gran número de votantes dominicanos puedan hacerlo más de una vez al estar dotados de dos o más cédulas fraudulentas. En lo que seguimos atrasados es en la incapacidad de muchos políticos y sus afines a aceptar que otros sean los triunfadores. En su mal herida soberbia muchos de ellos se dan a la tarea de denunciar como podridas  las uvas que no pudieron alcanzar.

Una «compra» que fracasó
No pocos ayuntamientos del país dominados por la oposición, incluyendo el de Santo Domingo Este,  desarrollaron la estrategia de conquistar el respaldo  de última hora de los ciudadanos con unos «extras» de servicio a la comunidad. En el último mes de campaña, diligentes autoridades municipales reforzaron la recogida de basura en distintos ámbitos, como el ensanche Ozama y los barrios del Faro a Colón. Los camiones recolectores pasaban con una frecuencia que ni en Suiza se da; día por día tocaban a las puertas de hogares y negocios para liberarlos de desperdicios, lo que indicaba el interés de ganar su voluntad (¿o comprarla?), y de hecho la aprobación a esa nueva onda de calidad edilicia debió influir el día de la votaciones, pero no lo suficiente para traducirse en victoria. Es claro que se trataba de un esfuerzo extraordinario  a base, claro está,  de los recursos de los contribuyentes, pues todo lo que un ayuntamiento puede dar  viene indefectiblemente  de los bolsillos de los ciudadanos que suelen ser de todos los partidos. Mordido el polvo de la derrota, ha venido el castigo. La limpieza brilla ahora por su ausencia; ya no hay empeño en recoger desperdicios y muchos se preguntan si esa no es otra demostración de incapacidad para aceptar la derrota.

La verdad del cardenal
Al pan, pan, y al vino, vino» parece ser la consigna permanente del cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, quien sin tapujos señaló antier que en los últimos años  la Policía Nacional ha dejado de garantizar la seguridad  ciudadana. Muchos gustan aquí de describir como complejo lo que se ve a simple vista, y se ponen a relacionar  el auge de la delincuencia a «factores  estructurales» de la sociedad: que si el desempleo, que si la pobreza, que si la falta de educación o de integración familiar. Digan lo que digan, la causa eficiente de la criminalidad  se expresa en la evidencia de que muchos criminales  actúan en la  plena confianza de que no van a pagar por sus fechorías (ni los «pejes» grandes ni los chiquitos). La delincuencia está actuando con un mismo patrón en el uso de motocicletas que siempre son de un mismo modelo y características, tratándose de pillos con los que nadie se mete aunque transgreden todas las normas  de tránsito y sus historiales de criminalidad tienen que estar registrados gracias a sus activas reincidencias. La verdad  monda y lironda es que por falta de personal y recursos, la Policía no despliega patrullas para cumplir mínimamente y con cierta inteligencia  una vigilancia preventiva. Mucho se habla del éxito que tuvo el alcalde Rudolph Guiliani al combatir el crimen en Nueva York, como si se hubiera tratado de algo milagroso. Lo que  con decisión y firmeza hizo el célebre Guiliani fue invertir las estadísticas: cuando comenzó a combatir el crimen, 8 de cada 10 delitos estaban quedando en la impunidad. Cuando terminó, 8 de cada diez recibía castigo. El bandidaje callejero casi se esfumó.

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