Cierta forma excesiva de protestar se ha hecho frecuente en algunas rutas del país. En los últimos meses, la obstrucción del tránsito por la autopista Duarte (en puntos cercanos a la Capital) a causa de reclamos de comunidades de los bordes ha sido traumática, y hace poco hasta motivó la destitución del general del Ejército que para entonces comandaba la Primera Brigada.
Por otro lado, semanas atrás hubo que suplicarles a irreductibles manifestantes que dieran paso, cerca de Puerto Plata, a varios autobuses repletos de autobuses que quedaron durante un buen tiempo impedidos de avanzar. Más recientemente la falta de agua en Estancia del Yaque, Navarrete, impulsó a sus moradores a hacerse dueños de la autopista al grito de ¡por aquí no podrá pasar nadie! Más de dos horas estuvieron en eso a pesar de que nadie puede, legítimamente, obstruir el paso al resto de los ciudadanos violando la Constitución y las leyes.
Lo único que se podría decir en favor de quienes cometen tales atropellos es que las autoridades están obligadas a escuchar reclamos y a resolver oportunamente problemas vitales de las comunidades. Aun cuando existe el derecho a la protesta pacífica, la obstrucción de carreteras es una aplicación de fuerza. Que griten, pataleen y levanten pancartas pero que dejan pasar a los demás.
Alzas injustas
Los mercados de productores a cargo del INESPRE o del Plan Social de la Presidencia son útiles para resaltar escandalosas realidades en el costo de la vida. Cuando se hace comparación entre los precios de esos expendios de artículos del agro y la pecuaria y los que suelen regir en colmados y supermercados, se hace muy patente la dura función encarecedora que aquí ejercen muchos intermediarios tradicionales.
Las diferencias en perjuicio del comprador suelen ser del ciento por ciento y en algunos productos podrían ser mayores. Tal y como ocurre con los servicios financieros y otros renglones de primer orden, como la telefonía y el suministro de gasolina, los márgenes de intermediación resultan a veces abusivamente altos, ya sea por efecto de tributos desmesurados, por la búsqueda excesiva de lucros o por ineficiencias del mercadeo.
En un país en el que predominan salarios situados por debajo del costo de la canasta familiar, resulta una gran injusticia que los precios nunca bajen, aunque haya motivos contundentes para el abaratamiento, como son la reducción de la tasa del dólar, la eliminación o disminución de aranceles o la recogida de cosechas abundantes, como sucede ahora con las papas y los plátanos y cíclicamente con el pollo y el cerdo.
Desconcierto
Aumentan las críticas que por diversos medios y desde diferentes sectores causa el alud de nombramientos públicos que parecen orientados principalmente a favorecer a políticos recién llegados al oficialismo.
Se percibe desconcierto ante lo que algunos describen como uso excesivo del poder para agigantar la maquinaria del reeleccionismo, lo cual va en contra de la neutralidad a que está obligado el Estado. Se trataría, a juicio de analistas, de un arma de doble filo, pues lo que se logra con estas designaciones es satisfacer a grupos numéricamente insignificantes que son los únicos que en estos momentos saltan de alegría y celebran su participación en la Cosa Pública.
Se entiende que el gobierno debió medir el impacto negativo que sobre el resto de la sociedad tendría esta criticable creación de cargos bien remunerados. Es como si se esperara que los dominicanos ajenos al arribismo (que son la mayoría) fueran a dejar pasar esta forma de hacer política que se considera censurable y que el país ha debido superar de una vez y para siempre.