República Dominicana es el proveedor externo por excelencia (y único, probablemente) de carne blanca y huevos a la vecina República de Haití. Este país es el gran centro cercano de producción para los vecinos del occidente: todo a buen precio y con perfecta regularidad a través de canales de mercadeo expeditos, casi como si la frontera no existiera.
La aparición de la gripe aviar, en una modalidad inofensiva para los humanos en por lo menos dos trabas de gallos del territorio nacional, no debe ser obstáculo duradero para esos intercambios. Se trata de minibrotes localizados. El hecho de que preventivamente y sin diagnóstico definitivo, se esté matando a grupos de aves en el país no significa que la gripe aviar se ha esparcido y contaminado la industria avícola. Se trata de una familia de virus que viaja con flujos de especies migratorias de uno a otro confín y eso no quiere decir que los pollos y huevos de muchos países, como Estados Unidos, Brasil y Canadá, en los que se han encontrado rastros de este moquillo, sean un peligro para la humanidad. Muchas enfermedades propiamente humanas cruzan constantemente la frontera. De aquí para allá y de allá para acá. Y todos los intercambios que son posibles y que producen más beneficios que perjuicios, siguen su curso normal. República Dominicana tiene que continuar compartiendo carne y huevos con Haití. No hay una posibilidad real de que estalle una gran epidemia. Ninguna señal, de las hasta ahora percibidas, indica que deba impedirse el comercio.
La riqueza que se escapó
Es palpable en varios ámbitos la ineficiencia del Estado al administrar medios de producción y servicios que deben estar en manos privadas; algo que en estos días se torna en más ostensible y doloroso. Las elevadas cotizaciones del oro en el mercado internacional se convierten en un lacerante recordatorio de que este país acabó con una inmensa riqueza y que ahora queda un cascarón vacío donde antes el codiciado metal amarillo abundaba. Si uno preguntara por los frutos que debieron derivarse de la extracción que durante años el Estado practicó en la mina de Pueblo Viejo, provincia Sánchez Ramírez, probablemente no encontraría respuesta. La Rosario Dominicana naufragó y ahora solo quedan los daños que los procesos químicos causaron al medio ambiente de esa zona. Una riqueza que se volvió sal y agua cuando lo que debió ocurrir, bajo una gestión idónea, fue que se acumularan ahorros que permitieran el desarrollo de nuevas tecnologías para ingresar oportunamente al aprovechamiento de los sulfuros, tras agotarse el oro contenido en superficie. Ahora los dominicanos están reducidos a la impotencia, a percibir sin beneficios el esplendor de los precios del noble metal a la espera de que otros intereses que vacilan en hacer la cuantiosa inversión que se requiere, den alguna vez, un paso adelante.
Por la plata baila el mono
La papeleta es el motor principal de la política dominicana. Lo demuestra esta riña de ahora sobre supuestas ONG encargadas a testaferros de los usufructuarios del poder. Lo demuestra el permanente cuestionamiento a las ventajas contantes y sonantes derivadas de los llamados barrilitos creados por el Poder Legislativo a pesar de una lluvia de objeciones generadas en la opinión pública, y hasta de voces del propio congreso.
Lo demuestra la transformación violenta y perjudicial de las regidurías, antes honoríficas, en fuentes de cuantiosos ingresos que no se justifican, una evolución causada por gente que insiste en que el Erario es un botín. Lo prueba el secreto que cubre el destino de los millones de dólares contratados casi clandestinamente con la Sun Land. Lo demuestra el transfuguismo que instantáneamente convierte en devota del oficialismo a gente que antes era de oposición y que junto con sus nuevas posiciones políticas exhiben el disfrute de cargos muy bien remunerados. Lo demuestra el hecho de que los sueldos y otros beneficios derivados de altas funciones públicas, crecen cada cuatro años, mientras se ensanchan la brecha y la desigualdad en relación con el poder adquisitivo del sector más numeroso de los ciudadanos.