Qué se dice
La fiesta va a seguir

<STRONG>Qué se dice<BR></STRONG>La fiesta va a seguir

Los gobiernos actúan a veces como si los pueblos no tuvieran memoria ni inteligencia. La “nueva” reglamentación para las exportaciones de cobre no es más que llover sobre mojado para tranquilizar a la opinión pública, una medida sin ninguna posibilidad de aplicación  con rigor. Anuncios anteriores en el mismo tenor, lo único que hicieron fue estimular el robo de metales.

 Una y otra vez, las autoridades, que en ocasiones  actúan como si el resto de los dominicanos fuéramos unos retrasados mentales, han proclamado la puesta en vigencia de controles para separar las chatarras reales de las falsas a fin de contener los robos de tapas de alcantarillas, símbolos patrios de bronce y cables de servicios de primera necesidad, lo que de nada ha servido, pues los voluminosos tonelajes de cobres  que se exportan hacen imposible separar la paja del arroz.

 Con sus paños tibios y sus omisiones y efectismos, el gobierno  está admitiendo que la exportación de metales robados es un negocio dirigido por intocables, pues vivimos en el país en el que se acuñó la frase “la corrupción se detiene en las puertas de mi despacho” dicha por quien luego fue convertido por mansos y cimarrones en ídolo y paradigma. Todavía el Estado dominicano está en deuda  con los sectores y las conciencias de este país que disienten de ciertas formas de hacer política y de ejercer el poder que se ha prolongado  en el tiempo en contradicción con la historia.

Agazapados en los uniformes
La forma abusiva, irregular o criminal en que muchos militares y policías usan sus armas “legales y reglamentarias” constituye un escándalo  mayor y un justificado motivo de inseguridad. No hay que referirse solamente a la frecuencia con que se descubre a miembros de institutos armados y policiales formando parte de bandas de delincuentes. Se percibe además un renacer de balaceras y crímenes pasionales y riñas vulgares  con uso de armas que el Estado pone en manos de gente a su servicio que no califica conductualmente para tener el poder de destruir vidas.

Hay que insistir en la aseveración de que en República Dominicana no se aplica  una verdadera depuración  de los cuerpos armados. Depurar debe significar que las autoridades, con disciplina e inteligencia, descubren en las filas a sus cargos a potenciales criminales. Botar policías y guardias después que han cometido sus tropelías  y homicidios no es más que un resonante y costoso fracaso, socialmente hablando,  de los mandos superiores que permiten que bajos sus órdenes haya tipos de la peor calaña.  La destructiva condición de antisociales de los subalternos está saliendo  a flote cuando ya es tarde. Un ejercicio responsable y efectivo del manejo de tropas evitaría muchos sufrimientos. En todas partes del mundo civilizado. Los jefes también tienen que responder ante la sociedad por los actos de sus subordinados.

¿Dinamitar a La Victoria?

Esa penitenciaria, que avergüenza a la nación, es algo más que una maldita instalación que expresa  materialmente  el fracaso del sistema penitenciario dominicano y de quienes lo rigen con mucha teoría y escasísima responsabilidad.  Por causas que distan por completo  del delito común, pero que sí tienen que ver extraordinariamente con el patriotismo y el martirologio de muchos de los mejores hombres y mujeres de esta nación, La Victoria representa también un símbolo del sacrificio a que llegaron  numerosos dominicanos que combatieron la tiranía trujillista. A La Victoria se llegaba, regularmente, después de pasar por el centro de torturas de la calle 40.

En La Victoria estuvieron hasta el último día de sus vidas, los hombres a cuya valentía este país debe la libertad, y que desde allí  fueron llevados a la hacienda María para ser asesinados a mansalva. Entre las paredes de esa cárcel (que fue también un vía crucis para gente sería y honorable) debe estar resonando todavía el eco de muchos sufrimientos padecidos por las causa de la libertad. Allí corrió mucha sangre de luchadores contra la peor tiranía de América, y fue el único lugar del mundo donde se interpretaron, a pesar de las rejas y los esbirros, las notas del Himno Nacional a las pocas horas del ajusticiamiento de Trujillo. Balaguer traicionó  a la historia destruyendo, años después, el local de la 40 para que no sobreviviera como un símbolo de  la opresión  a la que él brindó su complicidad, y una advertencia a las futuras generaciones. Dentro de esa cárcel maldita de La Victoria, debe haber, por lo menos, algunos lugares que deberían ser preservados, a la memoria  de tanta gente digna que dio su vida luchando por la libertad, durante la negra noche de la tiranía.

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