El pan más popular de República Dominicana, el que llaman de agua y no por eufemismo, siempre ha sido sospechosamente ingrávido. Ahora se descubre que cierto artificio químico, conjuntamente con la levadura, impulsa con generosidad el crecimiento de la masa de harina que va al horno donde es cocida y adquiere color pero también un volumen falso.
Una pieza engañosa que en la falta de peso delata su pobreza alimenticia. La falsedad es intrínseca al pan dominicano, y a medida que se ha acentuado el afán de lucro de un sector de la industria panificadora, se ha ido aligerando o empequeñeciendo para no cambiar de precio. Y detrás de la capacidad de defraudar al consumidor ha estado el ahora denunciado bromuro de potasio, que además de ser efectivo para el falseamiento, tiende a ser dañino a la salud humana. Los panaderos que manipulan este producto siempre han tenido el favor que mediante omisión reciben de las autoridades. En ellas ha predominado en toda época la técnica del paño tibio frente a cualquier adversidad que de repente le salga al paso a la ciudadanía.
Una zona en desgracia
La avenida Mella, otrora una arteria emblemática del comercio capitalino, ha estado de capa caída. Si bien es cierto que a una buena parte de ese conglomerado de negocios le ha faltado disposición para modernizarse, no lo es menos que la vía ha sido afectada por el desorden y el libertinaje propiciados por la falta de autoridad, municipal y nacional. El viejo mercado de nombre Modelo, que es el eje de la Mella, se ha transformado en un centro de tiendas para turistas, pero conviviendo con la intensa condición de arrabal que deviene de las ventas desorganizadas de frutas, legumbres y carnes. Además en esta avenida se manifiesta una dura competencia por el espacio entre transeúntes y vendedores callejeros, un hacinamiento agravado por el tortuoso proceso de reconstrucción de la avenida Duarte que la atraviesa. Toda esa parte de Santo Domingo debiera convertirse en prioridad de las autoridades centrales y municipales. Es necesario que se produzca un rescate completo de ambas arterias. El orden urbano debe regresar allí e instalarse para siempre.
Las gasolineras en jaque
En otras partes del mundo las estaciones de expendio de combustibles han sido pasto de la delincuencia. En algunos países funcionan como fortines en los que son los propios clientes los que se despachan el carburante mientras desde una cabina blindada el vendedor recibe el pago y controla el flujo que los automovilistas descargan en los tanques de sus vehículos. La falta de control sobre los pistoleros que azotan en el país podría obligar a los dueños de gasolineras a atrincherarse en el sistema de seguridad que es común en otros lugares, pero eso haría que miles de hombres, y hasta mujeres, pierdan sus empleos como bomberos y bomberas. Se trataría entonces de un problema social. No es seguro que los empleados de gasolineras vayan a tener la misma buena suerte de los choferes del concho y pitcher de guaguas, singulares obreros del volante (categoría laboral autóctona) que sobreviven en una ciudad que está a un paso de contar con un metro subterráneo y elevado.