Qué se dice
¿Por qué no aparecen?

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Según un informe preliminar del Instituto Nacional de Patología Forense dos de los tres jóvenes asesinados a balazos en un parqueo de una discoteca del ensanche Naco fueron virtualmente acribillados; Fidel Ernesto Estévez Hernández presentaba nueve heridas de bala disparadas  con un arma de cañón corto, en tanto Yasser Alberto Nader Rojas fue muerto de ocho balazos.

La revelación fortalece la creencia de que los jóvenes fueron sorprendidos y emboscados   al salir al parqueo, sin tener de la oportunidad de defenderse, pero eso solo pueden decirlo sus matadores, todavía en calidad de prófugos. Extraña, sin embargo, que en este caso la institución del orden no haya mostrado la eficiencia y prontitud con que ha resuelto otros,  sobre   todo si se tiene en cuenta que a esos lugares suele ir, casi siempre, la misma gente, por lo que todo el mundo más o menos se conoce, aunque solo sea de vista. Así las cosas es bueno que el teniente general Bernardo Santana Páez sepa lo que se dice en la calle, con razón o sin ella, para que luego no alegue ignorancia o desconocimiento: que en esas muertes está implicada gente muy encumbrada, sea por linaje social o político, y que por eso da tanto trabajo dar con su paradero.

 Ni en los cementerios

El auge de la delincuencia y  la criminalidad, como ya se sabe, ha ido cambiando  nuestros hábitos de diversión, sobre todo después de que las autoridades se vieran forzadas a restringir, por los mismos motivos, la venta y consumo de bebidas alcohólicas en los centros de diversión.   Y h asta se ha dado el caso de comunidades donde la delincuencia anda tan descarriada  que la feligresía católica ha dejado de asistir a misa en horas peligrosas, sea tempranito en la mañana o ya entrada la oscuridad de la noche.  Pero tal parece que la situación tiende a ponerse peor cada día sin que autoridad alguna haga nada por impedirlo.

La situación del viejo cementerio de la Máximo Gómez, convertido en guarida y centro de operaciones  de la delincuencia de los alrededores, es  un buen ejemplo de cómo  el tigueraje ha ido apropiándose de nuestros espacios, pues mucha gente, ante el peligro de ser asaltada o asesinada, simplemente ha dejado de visitar el camposanto, dejando el cuidado de sus muertos a la buena de Dios.

“Arboricidio” en Puerto Plata

Parece que la fiebre de sustituir por palmeras los árboles de sombra,  que ha puesto en pie de guerra a grupos ambientalistas, juntas de vecinos y simples ciudadanos, no  solo está en la sábana que arropa  al síndico del Distrito Nacional, Roberto Salcedo, y su plan de arbolado de la ciudad de Santo Domingo.  Ahora le ha tocado el turno a los puertoplateños, a quienes la Oficina Supervisora de Obras del Estado ha sorprendido derribando los hermosos y frondosos árboles que durante décadas ofrecieron su generosa sombra a los visitantes y asiduos al Parque Central, para sustituirlos por palmeras, como parte de su “remodelación”.

 El “arboricidio” ha provocado, como era de esperarse, la airada reacción de los munícipes puertoplateños -organizaciones sindicales,  choferes, empresarios  y juntas de vecinos-, que han pedido  la urgente intervención  del ayuntamiento, la gobernación o la secretaría de Medio Ambiente para que detengan el atropello, pero parece que el daño está hecho y que todo estaba fríamente calculado. ¡E´ pa´ lante que vamos!

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