Qué se dice
Predicar en el desierto

Qué se dice<BR><STRONG>Predicar en el desierto</STRONG>

Monseñor Ramón de la Rosa y Carpio, presidente de la Conferencia del Episcopado Dominicano, no ha podido ser más claro y contundente al recoger el sentimiento que embarga a una nación que asiste espantada, como una simple espectadora, al banquete de los políticos a costa de lo que, en definitiva, es de todos: la Junta Central Electoral -apunta el prelado- no tiene porqué ser un pastel que se repartan los políticos a su mejor conveniencia y de espaldas a los intereses del país. Y hasta sugirió un modelo de la clase de tribunal de elecciones que quisiera, el que presidió el doctor César Estrella Sadhalá en 1996, que todos recuerdan por la credibilidad de sus miembros, pero sobre todo porque siempre estuvo ausente la mano de los políticos o los intereses partidarios en sus acciones y decisiones. Los aprestos para la conformación de la nueva JCE constituyen, ciertamente, una magnífica oportunidad para complacer a monseñor y con él al resto del país, pero bien sabe el representante de la Iglesia Católica, que ha conocido también la triste y frustrante experiencia de predicar en el desierto, que no siempre las cosas salen como uno quisiera.

¿Un arma política?
¿Puede convertirse el dengue en una arma política contra el gobierno? Hay gente que piensa que sí, sobre todo los que han tomado nota de las críticas de varios dirigentes políticos, siempre a la caza de oportunidades, al pobre manejo que han dado las autoridades al problema, que primero quisieron ocultar, después minimizar para finalmente reconocer que estamos ante una situación alarmante que urge enfrentar. Es lo que explica el nerviosismo que muestran algunos funcionarios cuando los diarios hacen amplios despliegues en sus páginas del preocupante avance de la enfermedad, algo perfectamente comprensible en un gobierno que se celebra a sí mismo con una amplia y costosa campaña de promoción publicitaria de sus hazañas y logros al frente de la llamada cosa pública, donde las malas noticias sobre el dengue, con cifras sobre muertos y afectados que no paran de crecer, contrastan demasiado con los pajaritos en el aire que pintan los propagandistas oficiales. Pero sea un problema político o no, con sus costos y consecuencias para los que gobiernan, lo importante es que se asimile la experiencia y se saque provecho de lo aprendido: cuando se trata problemas que envuelven la salud pública, siempre será mala política tapar el sol con un dedo.

Modernidad
Que haya que considerar como una muestra de “modernidad” o producto de la globalización y la liberalización de los mercados que los plátanos se vendan ahora por libras como el arroz, las habichuelas o la carne, como ha empezado a suceder -según reporta El Nacional- en varios supermercados de la Capital, puede calificarse como un buen chiste sino fuera porque la situación no está para chistes, mucho menos a costa del noble y sufrido consumidor dominicano que todavía no tiene quien lo defienda. Quienes han tenido la brillante idea de introducir ese novedoso cambio en la comercialización de la popular musácea deben estar que saltan de gozo, y con razón: han conseguido ampliar, de manera dramática, el margen de ganancia por unidad del producto, pues habrá plátanos, los barahoneros por ejemplo, que podrían llegar a costar hasta 20 pesos. Por supuesto, de esa “plusvalía”, por llamarla de algún modo, ni siquiera se enterarán los productores, allá en los conucos y las fincas, que seguirán siendo, como siempre, la parte más débil de una cadena de comercialización que empieza justamente con el producto de su sudor y de su esfuerzo.

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