QUE SE DICE
Que se indague

QUE SE DICE<BR>Que se indague

Resulta difícil creer que nos hayamos vuelto tan insensibles al dolor ajeno, pero como en este país están pasando tantas cosas, se impone que las autoridades indaguen una denuncia tan seria como la que acaba de hacer el doctor Domingo Porfirio Rojas Nina. Según el abogado de San Cristóbal un vendutero de 75 años, herido a balazos y puñaladas por tres delincuentes, murió «desangrado» porque en cuatro hospitales públicos y una clínica, a donde fue llevado por familiares, se negaron a ofrecerle los primeros auxilios. Mario Campaña murió, de acuerdo al relato de su esposa, porque en el Darío Contreras, el Luis Eduardo Aybar, el hospital Central de las Fuerzas Armadas, así como en la Plaza de la Salud, se negaron a darle asistencia. ¿Realmente habremos llegado tan lejos?

GRUPISMO

Mientras José Tomás Pérez se queja desde el Senado de la República de que está primando el grupismo en el otorgamiento de empleos en el gobierno, en Neyba, en el agreste y olvidado sur, dirigentes y militantes del Partido de la Liberación Dominicana ocuparon a la fuerza varias oficinas públicas en reclamo de empleos, lo que obligó a los funcionarios y empleados de esas dependencias a dejar sus puestos a fin de evitar eventuales agresiones. Una cosa, necesariamente, no tiene que ver con la otra, pero es evidente que son síntomas de una misma enfermedad, a la que el PLD ha probado no ser inmune. Falta saber si a José Tomás Pérez, quien se queja de que los funcionarios rompen las cartas de solicitud de empleo de sus recomendados, lo mandarán también a cerrar el pico, con el argumento de que los trapos sucios hay que lavarlos en la más estricta intimidad partidaria.

POLÍTICA Y CULTURA

Es probable que un hombre con la facilidad de palabra del licenciado Tony Raful no enfrente mayores dificultades para explicar, más o menos convincentemente, qué hacían los 3,140 empleados que laboran en la secretaría de Cultura, que el licenciado José Rafael Lantigua, su nuevo incumbente, considera una cantidad excesiva, o que desmienta la versión de que las nuevas autoridades encontraron la estructura física de su sede central tan deteriorada que resulta imposible realizar un trabajo en condiciones óptimas. La secretaría de Cultura, lo saben tanto Raful como Lantigua, no ha podido escapar al clientelismo político que arropa, como un cáncer que ya hizo metástasis, a toda la administración pública, pues los artistas, intelectuales y trabajadores de la cultura han probado ser tan susceptibles al «búscame lo mío» como el resto de sus mortales conciudadanos. Nadie se sorprenda, entonces, si Raful atribuye a razones políticas las afirmaciones de su sucesor, como tampoco debe sorprender que sean los políticos quienes provoquen el primer problema serio al que se enfrenta el conocido intelectual mocano en los pocos días que lleva al frente de la cartera.

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