El padre Luis Rosario, Coordinador Nacional de la Pastoral Juvenil, tiene toda la razón: es injusto que se prohíba la inscripción en las escuelas a los niños que carecen de acta de nacimiento, pues eso los convierte en víctimas por partida doble; por un lado se les niega la posibilidad de obtener ese documento alegando mezquinas razones de nacionalidad y, por el otro, se les coarta el derecho de asistir a la escuela, con lo que quedan automáticamente excluídos del desarrollo social. El cristiano setimiento que anima al sacerdote a reclamar que se permita el acceso a la educación pública a niños y niñas, tengan o no tengan acta de nacimiento, contrasta con los inflexibles requisitos que exigen los colegios católicos del país, pues si usted no lleva acta de nacimiento, acta de bautismo y acta de matrimonio de los padres del niño o niña no se lo inscriben aunque recurra a sus mejores oraciones.
La lista
Nunca, como ahora, fue tan cierto el popular refrán: el que hizo la ley hizo también la trampa. Pero es mejor que lo diga, con sus propias palabras, el doctor Jorge Subero Isa, presidente de la Suprema Corte de Justicia: «La Ley de Libre Acceso a la Información Pública es muy clara; deben darse todas las informaciones solicitadas, y solamente las excepciones establecidas en la propia ley constituyen la única limitante». En esas excepciones, precisamente, está el truco, es decir la trampa, pues con tan solo argumentar razones de seguridad, un proceso de investigación en marcha o la necesidad de proteger la buena honra de los inculpados, las instituciones requeridas pueden evadir su cumplimiento. Eso lo acaba de comprobar, hace tan solo unos días, el periódico El Día, pero cualquier otro medio o persona particular que quiera hacer la prueba está en todo su derecho de intentarlo. Aquí, para evitar desplantes o que simplemente nos pongan de mojiganga, de requerir la lista de la lotería no pasamos.
Asediados
Hoy es el barrio de Guachupita el que está asediado por la delincuencia, pero ayer eran Sabana Perdida o Los Tres Brazos. Y mucho antes, Capotillo, fecundo semillero de violencia, marginalidad y, sobre todo, desesperanza. Pero más allá de las fronteras de la gran ciudad, en pueblos y provincias, el panorama es igualmente desolador, no importa si se trata de Azua, Barahona, Moca, Salcedo o Navarrete. La aparición de Las Naciones, las violentas y temibles pandillas juveniles, en prácticamente toda la geografía nacional, ha servido para demostrar que la Policía, plagada de limitaciones, no está preparada para librar una guerra tan desigual, como se acaba de poner en evidencia, de manera penosa, en Guachupita, donde la intensa actividad de las pandillas obligan a sus agentes a cerrar el cuartel, y no precisamente por inventario.