QUE SE DICE
Síndrome partidario

QUE SE DICE<BR>Síndrome partidario

Es evidente que el presidente Leonel Fernández no podrá dejar a todos complacidos con la repartidera de cargos entre sus aliados electorales y los grupos que, con claros perfiles de tendencias, cohabitan en el peledeísmo, por lo que siempre habrá quien se sienta inconforme o insatisfecho con el trozo de pastel recibido. Lo que no debe hacerse, si se desea comprender lo que está sucediendo en el Partido de la Liberación Dominicana, es minimizar las implicaciones de la existencia de esos grupos, cada vez más beligerantes, o lo que eso puede suponer en un partido que ya no es la pequeña y disciplinada organización que fundó el profesor Juan Bosch en los años setenta. Siempre se le ha reprochado al PRD el que contamine con sus luchas intrapartidarias las acciones de sus gobiernos, una experiencia que nadie querría ver repetida, con todas sus funestas consecuencias, con la llegada de este nuevo PLD, con etiqueta de partido de masas, al Palacio Nacional.

TORPEZA

Fuera de discusión está que la secretaría de Educación está en todo su derecho de transparentar, para usar el verbo de moda, el funcionamiento administrativo de esa cartera, sobre todo en materia de salarios, más aún si ha tenido informaciones de que miles de personas habrían sido incorporadas de manera irregular a la carrera docente y administrativa. El problema, entonces, no es de forma sino de fondo, pues someter a miles de maestros a un proceso de depuración tan humillante para que puedan cobrar sus salarios solo ha servido, en los hechos, para crear un escenario de confrontación innecesaria con el gremio magisterial, convertido ahora en víctima de la intemperancia oficial. Alejandrina Germán, a quien se le reconocen dotes de buena gerente, está todavía a tiempo de recoger el hacha de guerra blandida en forma tan grosera contra los maestros, y dar marcha atrás a una decisión que parece mas hija de la torpeza y la improvisación que de la racionalidad administrativa.

DELINCUENTES CON UNIFORME

Hace tiempo que los delincuentes y lo peor de nuestra criminalidad utilizan uniformes militares y policiales para cometer sus desmanes, con lo que se proporcionan una excelente cobertura con la que logran sorprender a los incautos ciudadanos que creen estar ante la autoridad llamada a protegerles, y no frente a una banda de malhechores dispuestos a todo. Eso ha provocado, lógicamente, que la gente ya no se sienta protegida, ni segura, cuando se encuentra con los portadores de esos uniformes, sino todo lo contrario. Lo más inquietante, sin embargo, es que en demasiados casos no se trata de impostores, de gente que usurpa con fines perversos funciones de autoridad, sino de auténticos miembros de nuestra policía o las instituciones militares. Combatir esa delincuencia desde su raíz, sometiendo a un profundo proceso de depuración a esas instituciones, es uno de los más grandes obstáculos que tienen por delante nuestras autoridades en su declarado propósito de garantizar la paz pública.

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