La avenida Jacobo Majluta, que siempre está en proceso de reconstrucción o a punto de dañarse por completo o en etapa de rediseño después de algún abandono total, podría encajar en el género teatral del absurdo si se piensa en ella sólo como obra de ficción.
Pero por más de diez años su curso azaroso le ha costado cientos de millones de pesos muy reales a los contribuyentes; no a los políticos ni a los gobernantes como tales. Con un nombre que parecería extraído de una boleta de campaña, pues el recordado Jacobo siempre fue una figura de política y de poder, se podría decir que solo a sus enemigos se les podía ocurrir la infeliz idea de darle su denominación a una obra que ha venido a simbolizar la ineficiencia gerencial del Estado Dominicano, y por vía de consecuencias representar un descrédito para la partidocracia como un todo. Por ese macondiano barril sin fondo por el que se ha insumido dinero, dinero y más dinero con pésimos resultados, han pasado por lo menos tres gestiones gubernamentales. Más que una avenida, lo que se ha construido en un trauma para el subconsciente colectivo, pues lo que resalta es una dolorosa incapacidad para administrar bien los recursos del Estado.
Ni bolos ni coludos
Parecería irónico, o un rapto de nostalgia de quienes alguna vez emprendieron un camino que luego no se atrevieron a recorrer, el hecho de que República Dominicana sea ofrecida como escenario mayor para que el amplio espectro de lo hoy es la izquierda en América Latina celebre una gran cumbre. Este es un país en donde el concepto izquierda ha sido maltratado y negado con torceduras de trayectorias y falsificaciones de pose. Es aquí, en el marco latinoamericano, donde se han visto actitudes, servicios y ejecutorias que encajan perfectamente en la cosmogonía del conservadurismo y la derecha pero que han sido asumidos por gente a la que uno le suponía firmeza y trayectoria en las ideas de izquierda. Aquí el pragmatismo, tanto en términos de conveniencias personales como políticas, borró las fronteras ideológicas. Entre bolos y coludos (para acogernos a enseñas desfasadas) ya no se sabe quién es quién. Ya lo dijo, desde su particular forma de ver la vida, el Gordo Oviedo: mi cabeza está a la izquierda pero mi estómago, a la derecha. Y ahí mismo pasó a cobrar un cheque.
Excepciones a la regla
Una percepción captada mediante la encuesta Gallup-HOY ha sido la de que pocos dominicanos dicen que se han sentido discriminados por el color de la piel, lo que se compadece con el hecho de que este es un país de mayoría mulata y de pieles matizadas en diversos grados. Tenemos que representar una colectividad poco condicionada por los detalles raciales. Tampoco se anda discriminando por otros motivos como la religión, el status económico o el género. Aunque falta (eso sí) igualar las oportunidades y accesos a posiciones relevantes o de mando entre hombres y mujeres. También se necesita que las minorías prejuiciadas que rehuyen la presencia de gente de color en los sitios a que van a divertirse sean metidas en cintura. Las discotecas que no aceptan prietos siguen vigentes en este medio, una restricción que los rudos porteros, que suelen ser musculosos y morenos, pasan de contrabando con la excusa de hoy lo que tenemos es una fiesta privada.