Qué se dice
Una «magia» pagada por los contribuyentes

<STRONG>Qué se dice<BR></STRONG>Una «magia» pagada por los contribuyentes

 Sorprende que los consejos de gobierno puedan funcionar como escenarios rápidos para tomar decisiones en materia de inversiones del sector público, y que desde ellos se anuncien obras millonarias supuestamente no previstas anteriormente.
La impresión que se causa al profano es de que cuando el Presidente Leonel Fernández –como acaba de hacer en Santiago- anuncia un paquete de realizaciones para la región es porque decidió cambiar «de oficio» el programa originalmente contemplado de obras y gastos contenidos en el Presupuesto General de la Nación, algo que dio mucha brega aprobar a comienzos de año, y que requirió un anticipado proceso de ajustes fiscales, etcétera, etcétera, para que pudiera ser aceptado en el Congreso.

Pero en realidad ningún cambio de envergadura es factible en el proceso de administrar recursos oficiales de esa naturaleza, porque entonces el tal presupuesto no sería más que un «simple pedazo de papel», como se les llama ahora a las facturas que no incluyen el número de comprobante fiscal. Los resonantes actos propagandísticos oficiales que se utilizan para llenar ojos y oídos de los provincianos incluyen, seguramente, muchas cosas previstas desde hace meses, calculadas y proyectadas sobre la base de los ingresos ordinarios del Fisco.

Esas fanfarrias y esos  escenarios – que a partir de ahora se harán comunes, pues el primer mandatario se trepó formalmente al potro de la reelección – servirán cada vez más para causar, con un poco de  fiambre, la impresión de que el precandidato Leonel puede sacar de su chistera «soluciones mágicas» a problemas acuciantes de las comunidades. La idea de deslumbrar masas de esta zuartos para aplicarla los ponen los contribuyentes.

¡Ingleses, siempre ingleses!

El inglés es, en el habla popular, además de un súbdito de la reina, un cobrador. El tipo generalmente hostil, persistente e inoportuno que acosa a los deudores con facturas y pagarés. A partir de esta semana, el dominicano va a tener motivos para ver  además a los ingleses – y a sus provocadoras imprudencias – como causantes de hostilidades económicas por las que ellos ciertamente  no van a venir a cobrarnos. De eso se encargarán el Gobierno y las compañías distribuidoras de combustibles.

 Las nuevas alzas de los carburantes –la octava en nueve semanas consecutivas- tiene como causa directa la violación de la soberanía marítima de Irán a manos de unos marineros de la Gran Bretaña (la pérfida Albión que llaman algunos) patria de Francis Drake, el corsario que por allá por 1570 saqueó a Santo Domingo y convirtió a la Catedral en lugar de profanaciones, para lo cual recurrió incluso a sus excretas. Ha bastado que esos británicos de ahora  se metieran subrepticiamente donde no debían para que causaran un conflicto que repercute en los precios del petróleo.

De inmediato, los dominicanos tienen que pagar más horriblemente caras las gasolinas y el gas. Hubiera sido preferible seguir viendo al inglés como alegoría de cobrador que presiona y molesta. Ahora tenemos que verlo también como un imprudente señor que todavía se cree dueño de los océanos y que no mide las consecuencias de sus meteduras de pata.

No tenían que decir perejil

Miles de dominicanos de la región oriental de la República están felices de que sea ahora que se exija el haber nacido aquí de padres inmigrantes legalizados, para poder tener derecho a la nacionalidad. Una parte importante de la colectividad nacional desciende de puertorriqueños que hace más de cien años llegaban aquí navegando por la libre, en busca de las oportunidades que les brindaba la pujanza de la industria azucarera en La Romana y San Pedro de Macorís. Tales inmigrantes se asentaron informalmente en las provincias del Este y se reprodujeron sin que se cuestionara su derecho a declarar a los descendientes.

 De haber ocurrido lo contrario, muchos de nosotros seríamos apátridas en estos momentos, a menos que –contra nuestro mejor parecer- hubiésemos reclamado a tiempo la nacionalidad que quedaba atrás. Naturalmente, esos boricuas, por lo general, no eran de piel muy oscura, procedían de un país de nuestra hispánica cultural, y tenían facilidad para pronunciar la palabra perejil, aunque nadie jamás los sometió a esa prueba.

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