El tema de la gripe aviaria puede ser enfocado con ligereza como un peligro lejano todavía y que a lo mejor nunca llegue. O por el contrario, que sea utilizado exageradamente para generar pánico colectivo. Es hora, sin embargo, de verlo en la justa dimensión que presenta: el temible virus avanza por el mundo y se percibe que las migraciones de aves silvestres son uno de los medios de traslado hacia diferentes continentes.República Dominicana está situada en un lugar del planetaque es tocado por diversas corrientes migratorias de aves.Y al mismo tiempo somos un país con un importante desarrollo en la producción avícola. Enormes inversiones y extendido consumo. La infestación de la gripe aviaria puede considerarse ya como un riesgo mayor con posibilidades de causar efectos catastróficos en la economía, independientemente de lo que representaría el contagio humano. No bastaría con mantener vigilancia fitosanitaria en los límites geográficos y puntos de entrada de importaciones. Se tiene entendido que las posibilidades de penetración masiva del virus pueden ser reducidas con controles sanitarios sobre las granjas, cuyas instalaciones deben estar permamentemente aisladas de la mucha presencia de personas ajenas a las operaciones y además bien saneadas. Las autoridades no deben demorarse en aplicar un programa de supervisión exhaustiva de las infraestructuas de la industria avícola. La labor preventiva no debe hacerse esperar.
Ellos son los dueños
Viendo bien las cosas, habría que reconocer que las motocicletas se han convertido en el medio de transporte más frecuentemente utilizado por delincuentes. Deberíamos más bien llamarles «Señores Delincuentes», en vista de que se desplazan por las calles como si les pertenecieran; como amos y señores. Detrás de cada robo a mano armada lo más común es saber que los autores viajaban en amedrentantes vehículos de dos ruedas. El típico ladrón de carteras y celulares siempre es alguien que opera en una motocicleta, en asociación con otros rufianes también motorizados. Ahora mismo está en pleno apogeo una ola de atracos a colmados, farmacias y otros negocios, mayores y menores, y los testigos suelen dar fe de que en la mayoría de los casos se trata de fascinerosos que viajaban en pareja o en trullas motorizadas. Lo primero que hay que señalar es que además se trata mayormente de transgresores de la ley de tránsito, puesto que eso de llevar placas, portar licencias y tarjetas de seguro contra accidentes ha dejado de ser requisito para poder movilizarse por la ciudad en motocicletas. El bandidaje está ahora mismo, en sus buenas, y eso de «Barrio Seguro», no pasa de ser la fachada color de rosa de las autoridades que no es suficiente para cubrir la dolorosa realidad de que los pillos motorizados y de otros géneros son dueños de las calles en el resto de la ciudad y a veces hasta en los mismos sitios mejor vigilados.
¿Vox populi?
Grupos importantes de la comunidad de Esperanza, Valverde, que se lanzaron a las calles, defendían con uñas y dientes en estos días la permanencia de un albergue para menores que Conani, un organismo especilizado en el manejo de la niñez, decidió cerrar. Las multitudes decían que no; que no había motivos de peso para impedir que allí siguieran teniendo a cargo a muchos niños supuestamente rescatados de la orfandad o «bien atendidos» en los que sus padres o tutores se iban a trabajar. Hubo que usar la fuerza contra el «poder popular» de las masas de Esperanza que entorpecían la labor que con autoridad, competencia y prestigio trataba de ejercer Conani. Luego hizo su aparición la ciencia médica: unos profesionales comprobaron mediante exámenes que por lo menos tres de los niños del asilo habían sido violados. En sus cuerpos estaban las huellas del ultraje. El tal albuergue ha quedado cerrado de manera definitiva, y hay que suponer que si el «pueblo» que salió a las calles de Esperanza hubiera impuesto su criterio, los violadores habrían quedado con luz verde para seguir abusando criminalmente de menores. No siempre las «masas» actúan de manera ineligente y consecuente con la realidad.