El PRD es un elemento importante de nuestro sistema democrático; su  preservación como un partido fuerte y organizado debería ser un objetivo de todos los que creemos en el juego democrático.

En la presente coyuntura, uno de sus dirigentes apuesta a constituirse en presidente y candidato, con la desaprobación de un número considerable de miembros y altos dirigentes y en desafío a las normas internas del Partido. Esa conducta, contrario a lo que afirman sus asesores, no  implica una actitud democrática. Los perredeístas ya habían decidido que ambas funciones eran incompatibles y así lo consignaron en su estatuto, lo cual es ley que se impone a los miembros hasta tanto esté vigente.

Contrario a lo afirmado por el periodista Nelson Marte, uno de los asesores del dirigente en cuestión, lo que se disputa en el PRD  no es el liderazgo de dos personas. Tampoco se trata de decidir entre lo viejo y lo nuevo o moderno. Se trata de mantener o no el respeto institucional y estatutario apoyado en las ideas más liberales y comprometidas con los excluidos de la riqueza, lo que implica la sobrevivencia  de ese Partido, o en cambio implementar la tradicional política clientelar que lo llevaría al caos y quién sabe si a su desarticulación.

Peña Gómez fue un hombre extraordinario. Su accionar político así lo demostró.  En su persona se resumían el liderazgo incuestionable y la aspiración presidencial a la vez. Un dirigente ordinario, no puede pretender tan extraordinarias tareas. O el PRD se decide por la disciplina, el orden y la legalidad o se deja embaucar por  una supuesta modernidad que no es más que el camino del desorden y el alejamiento de los sectores populares, que han constituido su soporte tradicional.