¡Que se rompa el  eslabón!

¡Que se rompa el  eslabón!

La Policía Nacional no debe aguantar más. El asesinato premeditado de Rubén Soto debe ser la gota que le rebose la copa. Porque conviene que como parte de las cavilaciones en que se sumerjan los organismos de investigación, adviertan que esa cadena es inmisericorde. Acudieron a matar a Soto, por todo cuanto puede deducirse, debido a su condición de padrastro de Madeline Bernard. No dudaron un instante en matar también a dos pobres infelices que se encontraron en el lugar del crimen.

Jorge Vólquez Santana y Máximo Gerónimo Paredes estaban en el sitio equivocado a la hora equivocada. Y los homicidas no dudaron un instante, tal vez porque podrían identificarlos, quizá, sencillamente, porque el ansia de sangre permaneció insaciada. Vólquez y Gerónimo, el uno guardián, el otro mensajero, posiblemente desconocían que a la hijastra de Soto se la estaba interrogando. Es probable que hubieren escuchado de ello entre los parroquianos de la panadería de Soto. Los intereses primarios de ambos, a no dudarlo, andaban por el mundo de sus necesidades.

Los asesinos, implacables, no hicieron este cálculo. ¿Están en los alrededores? ¿Nos miraron? ¿Avanzaron para intervenir por la vida del comerciante? ¡Que nadie dude de la insania de nuestra conducta! ¡También a esos infelices los mataremos! ¡Y los mataron! Es debido a todo lo dicho que los cuerpos policiales deben remover cielo y tierra en busca de los matadores. Las consecuencias que tan conmovedora matanza vuelcan sobre la sociedad dominicana, no deben ser ignoradas.

Un instante después del feroz ataque, el general Rafael Guillermo Guzmán Fermín se presentó al sitio del acontecimiento. A poco la Policía Científica recogía cuanto pudieron sus técnicos hallar en el sitio del aterrador y cruento ataque. A la caída de la tarde se encontraban presos los primeros sobre quienes pudo recaer alguna sospecha. ¿Se ha reflexionado sobre la existencia de la cadena? Los indicios pueden contribuir a la identificación de los asesinos. Las evidencias e indicios debe coadyuvar a la ruptura de la cadena.

Al margen del papel auxiliar de la justicia atribuible al cuerpo policial, en estas horrendas muertes subyace ese elemento adicional. Rubén Soto era padrastro de Madeline Bernard. Madeline era la esposa del ex coronel González.

El ex coronel González compartió con José Figueroa Agosto, en plan de lugarteniente. La señora Bernard estaba siendo interrogada horas antes. ¿Se puede pedir más? La cadena se torna patente, visible, inocultable. Sus eslabones deben ser interrumpidos y cortados. O todo el que saludó a Figueroa Agosto en algún instante de su vida, tendrá que meterse bajo un caldero.

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