El 3 de septiembre de 2024, el periodista especializado en asuntos internacionales, Janan Ganesh, publicó un artículo en el diario británico Financial Times, donde expone que una posible derrota de Donald Trump en noviembre podría dotar de estabilidad a la política estadounidense por una generación. Ganesh lo explica de la siguiente manera: “Si Donald Trump pierde, hay una posibilidad subestimada de que Estados Unidos y su política se estabilicen por una generación. ‘Estabilizarse’ no significa ‘convertirse en Luxemburgo’. La polarización continuará. Pero la creencia generalizada de que el trumpismo sobrevivirá a Trump —que él es solo la cara y la voz de fuerzas sociales más profundas, capaces de sacudir la república durante décadas— es más incierta de lo que era hace cuatro años”.
La realidad es que Donald Trump aún mantiene altas probabilidades de ganar la elección en el colegio electoral (donde verdaderamente se ganan las elecciones en Estados Unidos). A pesar de su desastroso desempeño en el debate frente a su rival demócrata, la vicepresidenta Kamala Harris, los modelos predictivos del analista estadístico Nate Silver le otorgan al menos un 50 % de probabilidades de alzarse con la victoria.
Desde nuestra óptica, sería muy inverosímil pensar que una derrota de Trump en noviembre podría dar estabilidad a la política estadounidense. Primero, las condiciones socioeconómicas que dieron origen al Trumpismo todavía están muy latentes en el interior de la sociedad estadounidense, tales como la desigualdad económica fruto de la financiarización de la economía y la desindustrialización en los centros industriales del medio oeste del país, donde el Trumpismo se encuentra muy arraigado, especialmente dentro de la clase blanca precarizada que una vez apoyó con vehemencia a los demócratas.
En esa misma línea, el Partido Republicano, el partido de Abraham Lincoln, se ha convertido en un antro de apologistas del Trumpismo y su movimiento MAGA. Una muestra de ello es que muchos de los congresistas republicanos electos en 2022 no reconocen el resultado de las elecciones presidenciales de 2020, en las que Trump perdió ante el presidente Biden. De igual manera, muchos republicanos ven los actos del 6 de enero de 2021 como una persecución política hacia Trump y no como un acto de sedición contra los valores democráticos e institucionales de la nación.
El radicalismo fascista es tan evidente dentro de las filas del Trumpismo que, desde el mismo Donald Trump hasta muchos de sus colaboradores, han reiterado en múltiples ocasiones que no reconocerán un triunfo de Kamala Harris en las elecciones. Por esta razón, no nos sorprendería que los seguidores del Trumpismo intenten crear caos en los recintos electorales el día de las elecciones o provocar otro episodio bochornoso como el del 6 de enero de 2021. Otros analistas argumentan que una derrota electoral de Trump podría conducirlo tras las rejas por los cargos penales que se le imputan en Nueva York. Sin embargo, creemos que un encarcelamiento de Trump podría generar más inestabilidad política y lograría martirizar su figura, lo que, apelando a la ley de Murphy (pensando en el peor escenario), podría desencadenar una guerra civil.
No cabe duda de que, si Trump pierde las elecciones, dentro de sus filas surgirá otro abanderado. El primero en esa línea de sucesión es su candidato vicepresidencial, J.D. Vance. Vance es un referente del Trumpismo ilustrado que, desde una posición cimera, trataría de inyectarle una dosis de sustancia política conceptual a un movimiento ultraderechista que carece de referencias intelectuales. La pregunta que todos nos hacemos es la siguiente: ¿Qué debemos hacer para derrotar al Trumpismo y a los movimientos de ultraderecha? La respuesta más idónea es atacar la desigualdad económica con firmeza.
En las últimas décadas, las élites liberales en Washington se han enfocado en lo que la filósofa estadounidense Nancy Fraser, del sistema de universidades CUNY, denomina “neoliberalismo progresista”. Al promover el neoliberalismo progresista del que habla Fraser, las élites liberales consideran prioritario garantizar los derechos de las comunidades LGBT, los derechos reproductivos de las mujeres, que las minorías alcancen independencia económica en base a la meritocracia, enfrentar los efectos del cambio climático y modificar los hábitos de consumo. Todo esto, sin atacar las verdaderas causas de la desigualdad, que radican en un sistema económico que favorece la financiarización de la economía en beneficio del gran capital, en detrimento de servicios públicos de calidad como educación, salud, empleo digno y alimentos a precios accesibles. En pocas palabras, garantizar que haya pan en la mesa y que el dinero alcance al fin de mes.
La productividad y el avance tecnológico dejaron atrás a quienes, con un diploma de secundaria en la década de los 50, podían mantener a su familia con un solo empleo en el sector manufacturero e, incluso, enviar a sus hijos a la universidad. Hoy, la clase media estadounidense es más pequeña y empobrecida, incluso para quienes poseen un título universitario. El sector manufacturero depende más de la tecnología que de la mano de obra barata, y las grandes corporaciones que fabrican productos de baja especialización recurren a la externalización para aumentar sus beneficios, en detrimento de los trabajadores. En esa misma línea, la política estadounidense se ha convertido en una plutocracia donde el dinero de las grandes corporaciones decide el destino del pueblo estadounidense.
Si la élite liberal estadounidense no se despoja de sus ínfulas de superioridad intelectual y no se dedica a abordar de manera seria el tema de la desigualdad económica y a auspiciar cambios estructurales en el tejido económico y social del país, el Trumpismo o cualquier otro movimiento ultraderechista llegará para quedarse. Esto logrará socavar los principios democráticos de la nación, así como sus instituciones, infundiendo el miedo y el caos, lo que podría desencadenar una guerra civil sin precedentes.