La suerte está en que Quico Tabar pueda meter en cintura al hamponaje
Un periodista chileno que acababa de visitar la Capital, me dijo con desenfado: “Me pareció que una mitad de la población se dedica a vender billetes de lotería, y la otra mitad a comprarlos”.
No hay que hacer esfuerzo para ver el cuadro nacional, especialmente ahora que muchos miles de puestos de loterías, a menudo varios en una misma cuadra y cada unos pocos kilómetros de carretera.
Una gran parte son ilegales, ni siquiera pagan impuesto.
Mucho más lamentable es que dueños de este negocio son personas “influyentes” de nuestra sociedad, y hasta miembros de las instituciones nacionales y locales que hacen las leyes y dictan las normas y los estilos de vida del país.
La gente juega por muchos motivos. Hay quienes piensan que pueden mejorar sus condiciones de vida; otros, que un palo de de suerte, les puede permitir limpiarse de deudas, y hasta darse unos buenos gustos que siempre han anhelado.
Más humano y patético es el caso de todos esos que tienen, en el número apostado, su único elemento de “poder e influencia social”: en ese boleto concentran la esperanza de ser respetados algún día; su única oportunidad, teórica, de ser rico, y poder entonces repartir favores, y ser alguien respetado por los demás.
Y hasta repartir promesas y devolver desprecios y agresiones, contando con que “cuando me saque el premio, ya verán lo que voy a hacerles”; porque con esos cien pesos de apuesta, él será alguien… alguna vez… Y, mientras él lo cree, hay quienes a su alrededor lo consideran “beligerante”, con capacidad de ofender o favorecer.
Se trata de una construcción mental algo similar a la de ir al supermercado con cien pesos…con la esperanza de traer alguna pequeña dicha a casa, a los niños.
Pero nuestra Lotería Nacional, fundada para aprovechar esta conducta, moralmente dudosa, en favor de los más pobres, llegó finalmente a ser nada de eso, a ni siquiera ser un razonable pagador de impuestos.
Muchos se han hecho ricos con la liberalización de este negocio, y no pocos encuentran un salario del cual vivir malamente. Pero la suerte de “La Lotería”, como llamamos a la entidad propiedad del Estado, ha sido decadente en los últimos tiempos, y no le han faltado trampas, fraudes y zancadillas; y, como ha dicho don Quico Tabar, su rol se ha reducido a ser el condón (que ya no es mala palabra) de otras entidades privadas, que utilizan su sede y su cobertura oficialista y mercadológica; creyendo la gente que tienen la misma “santidad” que le diera su fundador, el venerado filántropo, el padre Billini.
Se trata, pues, de una mentira más de un sistema en el cual “mentira es el negocio”; las cosas que todos compramos: ilusión, apariencia, estatus, ser parte de…, estar en el medio, circular (si los tapones te dejan), y otras falsías.
La suerte de “La Amiga del Pobre…” está por verse: que don Quico pueda meter en cintura al hamponaje. Y que el Gobierno le dé el respaldo que necesita.