¿Qué tan real es el crecimiento?

¿Qué tan real es el crecimiento?

HÉCTOR MINAYA
Es difícil argumentar contra la clase de éxito que acaba de describir el Banco Central, cuando anunció que este año la tasa de crecimiento es de un 7 por ciento. La verdad que reputados economistas lo han intentado replicando que el éxito no es todo lo que parece ser.

En términos generales, estos argumentos pertenecen a una de tres categorías. Primero, algunos se preguntan si verdaderamente se puede creer en las cifras. En parte esto es asunto de simple honestidad.

Comúnmente, a los altos funcionarios del Gobierno, no me refiero solamente a los actuales, les gusta oír buenas noticias y aquellos que dependen de sus favores pueden ser fácilmente tentados a embellecer la verdad.

En un Gobierno bien manejado se toman medidas estrictas para evitar que esta clase de cosas sucedan y los que formulan las políticas deben estar separados por una muralla impenetrable de confidencialidad y reglamentos del servicio civil, de quienes suministran los datos respecto del éxito o del fracaso de esas políticas.

Cualquiera que haya visto cómo se construyen las estadísticas económicas sabe que realmente son un subgénero de la ciencia ficción. Pongamos de ejemplo, el producto interno bruto se calcula determinando el valor de todo lo que la economía produce a los precios de algún año base.

Pero ninguna institución gubernamental puede realmente llevar un control de todo lo que se produce, o asignarle un precio a todo producto (de hecho, esto puede ser imposible incluso en principio si el producto en cuestión, no se hallaba disponible en el año base.

Entonces, los estimativos reales del crecimiento económico están basados en la manipulación de cifras, en atribuciones y aproximaciones y esto se puede hacerse bien o mal.

En ocasiones los técnicos sólo recogen algunas estadísticas reales y se basan para las demás en conjeturas bastante informales. Algunos expertos creen que un conjunto de cifras recogidas y analizadas con mayor escrúpulo mostrarían un crecimiento más lento.

Así pues, el crecimiento de la economía del país  puede ser real, pero ¿es sólido? ¿O está basado en dinero prestado?

Estas no son preguntas frívolas, puede darse el caso que por alguna razón en un país gane la preferencia de los inversionistas y como resultado de ello experimenta un boom temporal que no está basado en un éxito productivo fundamental.

El crecimiento económico, al menos el que eleva los niveles de vida, es una invención moderna. Desde los albores de la historia hasta el siglo XVIII, el mundo fue esencialmente maltusiano, los progresos en la tecnología y las inversiones de capital fueron siempre sobrepasados por el incremento de la población. El número de personas crecía lentamente, pero su nivel promedio de vida no.

Después de décadas, o incluso siglos, en que la productividad y el ingreso per capita no se movían, ambos comienzan a crecer en forma considerable. El primer despegue fue, por supuesto, la revolución industrial original de Inglaterra, cuyo comienzo se ha fijado alrededor de 1790. Ese país se colocaba así en el camino de ingresar al mundo moderno.

Más tarde, otros países occidentales experimentaron sus propios despegues, en particular, Alemania (antes un país relativamente pobre) y Estados Unidos (que siempre ha sido relativamente rico) se industrializaron a una velocidad que finalmente les permitió superar la ventaja de Gran Bretaña.

A principios del siglo XX Japón se convirtió en el primer país no occidental en industrializarse. Luego de una pausa larga en la década de los setenta vino la industrialización de Asia, primero los tigres: Hong Kong, Singapur y Taiwán y después las economías altamente pobladas, China e India.

Entre 1801 y 1851, mientras Gran Bretaña dejaba de ser la nación en su mayor parte rural y se convertía en la nación urbano industrial, su PIB creció a una tasa sin precedentes de 1,3% por año.

Entre 1870 y 1913, a medida que EEUU pasaba por una transición similar y se colocaba al lado de Gran Bretaña como la principal potencia industrial del mundo, la producción per capita creció en un 2,2% al año.

Japón era ya una nación industrializada antes de la Segunda Guerra Mundial y cabe destacarse la velocidad sensacional con la que surgió de las ruinas de la guerra para convertirse en la segunda economía más grande del mundo (8% de crecimiento anual per capita entre 1953 y 1973) era algo nuevo bajo el sol; ninguna economía había crecido jamás a esa velocidad y pocos pensaban que alguna otra pudiera volverlo a hacer.

En el 1963 Corea del Sur instituyó una reforma económica que, para sorpresa de todos, comenzó la transformación de un país azotado por la pobreza y que sobrevivía en buena parte gracias a la ayuda de EEUU, en uno de los grandes éxitos de toda la historia. En el curso de los siguientes 34 años, el ingreso per capita de Corea creció del 7% anual, es decir en poco más de una generación se hizo nueve veces más grande.

Es curioso que el impresionante crecimiento dominicano se produzca en medio de un déficit en la balanza de pago, con importaciones mayores que las exportaciones, un aumento del desempleo, 35 mil sólo en el sector de zonas francas, y  un descenso en la productividad de factor total.

¿No es acaso este crecimiento en la economía dominicana más un espectáculo que un desarrollo sustancial, sólo una fachada sin nada atrás? ¿No es en realidad un producto de nuestra imaginación?

Publicaciones Relacionadas

Más leídas