Que todo tenga un sello victoriano

Que todo tenga un sello victoriano

IRIS DE MONDESERT
Caminar por las calles de Puerto Plata es un viaje seguro a las nostalgias de mis vacaciones de adolescente, cuando el pueblo era un espectacular centro histórico envuelto por algunas anexidades modernas. La palabra «victoriano» me resultaba sugerente, envuelta en encajes de madera, balcones y buhardillas.

Decían que Puerto Plata era victoriana, lo mismo que Santiago. Comencé a entender que lo victoriano era hermoso, distinguido, artístico, y muy antiguo. Su antigüedad tenía un sentido bohemio de guitarra de patio, sobre todo para mí, joven embriagada de modernidad. El estilo de vida frenético que se estrenaba en el Santo Domingo pujante de los años setentas, encontraba paliativo y contraste en esos pueblos «victorianos», donde la vida era diferente, divertida y mucho más lenta.

Efectivamente, las viejas casonas son estructuras de otros tiempos evocadoras de otro ritmo de vida, de valores diferentes, de distintas maneras de relacionarse, de comunicarse, de administrar lo cotidiano. Aparte del encanto natural que tienen a causa de su escala pequeña, imagino que el enorme atractivo para el visitante que tienen estos pueblos reside en cómo nos llevan a comparar nuestra vida actual con los vestigios de esa vida parsimoniosa de mecedora y siesta.

Lo victoriano es aquello: lo antiguo, lo histórico, algo que atesoramos como memoria de otra época. Es algo que ocurrió hace mucho tiempo, que es parte de nuestra identidad histórica, y que tuvo sentido en su momento; que fue correcto para las circunstancias de su presente, circunstancias que ya están superadas, como también está superado ese estilo. Ya nadie vive de la manera en que se vivía en ese momento.

Recientemente en Puerto Plata fue lanzada la idea de exigir que todas las edificaciones que se construyan a partir de ahora, tengan un sello victoriano.

Es decir, los diseños arquitectónicos actuales deberán tener elementos que tuvieron vigencia hace un siglo. O sea, los materiales, la tecnología, los conceptos que por lógica elemental corresponden al proceso de diseño de nuestros/as profesionales de la arquitectura contemporáneos/as, deberán ceder su autenticidad a una ordenanza de maquillaje urbano.

¿Qué imagen queremos ofrecerles a nuestros/as visitantes? ¿Qué imagen tenemos de nosotros mismos?

¿No estamos suficientemente enraizados en nuestra realidad actual que necesitamos recurrir al falso arquitectónico para ofrecer una imagen digna?

¿No tendría acaso más sentido recuperar lo que nos queda de auténtico victoriano, y permitir que la ciudad evolucione según los tiempos actuales?

En la desafortunada sugerencia que comentamos, se encierra a la vez una tendencia perniciosa: nos preocupa más el parecer que el ser. El turista actual demanda cada vez más frecuentemente un contacto con lo más genuino de nosotros, y no escapará a su observación el barniz de «cultura» con que queremos disfrazar nuestra oferta turística.

Si queremos ganarnos al gran turismo, sería sugerible comenzar por rescatar lo auténtico que tenemos, e incentivar el desarrollo de una creatividad fundamentada en la capacitación y el conocimiento de nuestra realidad actual. Todos los esfuerzos dirigidos a incrementar nuestro patrimonio cultural y los talentos de nuestra población, sobre todo de la población joven, redundarán en la mejoría de la calidad y la cantidad del turismo que atraemos.

El centro histórico de Puerto Plata, uno de los ejemplos más hermosos de nuestros conjuntos patrimoniales de madera, tiene derecho a vivir por sí mismo. Tiene derecho y necesita recuperar sus viejas estructuras, reinterpretarlas dentro de un esquema actualizado que las revitalice, sin la competencia desleal de victorianos de mentiritas que desvirtúen la coherencia de su imagen.

Seamos sensatos. El turismo de casinos no necesita referencias historicistas para desarrollarse exitosamente. Tampoco necesitan los centros históricos del dulce engañoso de un entorno maquillado y confuso.

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