El domingo 8 de diciembre, el mundo se despertó con una noticia sorprendente: el régimen de Bashar al-Assad en Siria había caído. La familia Al-Assad había estado al frente del país desde el año 1970. La cruenta guerra civil que ha sumido a Siria en la barbarie se desencadenó en medio de la vorágine provocada por la “primavera árabe”, que surgió en Medio Oriente a finales de 2010 y tuvo su epicentro en Túnez. Más adelante, en febrero de 2011, puso fin al régimen egipcio de Hosni Mubarak y, luego, en octubre del mismo año, al régimen de Muamar Gadafi en Libia.
Desde el inicio de la guerra civil en Siria, varias organizaciones de derechos humanos estiman que más de 500,000 sirios han perdido la vida a causa del conflicto, incluidos más de 200,000 civiles. De igual manera, millones de sirios han huido del país, lo que ha provocado una ola de refugiados en varios países europeos como Francia, Alemania e Italia, así como en Turquía. Con el paso de los años, muchos analistas pensaron que, por el apoyo irrestricto de Rusia e Irán al régimen de Bashar al-Assad, la guerra parecía haber llegado a un punto muerto.
Para entender mejor el contexto en el cual se ha desarrollado el conflicto, es necesario comprender la importancia geoestratégica y geopolítica de Siria y de la familia Assad. La familia Assad es alauita, una secta minoritaria que es una rama del islam chiita. El gobierno es secular, pero su aliado más cercano es Irán, el país chiita más poderoso. Siria es una parte central del «eje de la resistencia» de Irán, una red de países y grupos (incluidos Hezbollah, Hamás y los hutíes) que busca destruir a Israel y reducir la influencia estadounidense en el Medio Oriente.
Por otra parte, en términos geoestratégicos, Siria juega un papel fundamental para el eje de resistencia por la siguiente razón: Irán envía armas a Hezbollah a través de Siria para su uso en el Líbano. Irán y Hezbollah han devuelto el favor enviando a miles de militantes para luchar del lado de Assad durante la guerra civil.
En ese mismo sentido, Rusia ha sido un aliado firme del régimen Assad, que incluso facilitó asilo para él y su familia. Sin embargo, este apoyo no es reciente; Siria ha sido un aliado cercano de Rusia desde la época soviética. Por tal razón, Vladímir Putin ve al país como una forma de mantener su influencia en el Medio Oriente. Desde que la guerra civil comenzara hace 13 años, Rusia ha enviado aviones, tropas y asesores para luchar a favor de Assad. Además, Siria es un pivote estratégico para la nueva alianza global impulsada por China, Rusia, Irán y Corea del Norte, que busca imponer un nuevo orden mundial multipolar sin las directrices occidentales encabezadas por Estados Unidos y la Unión Europea.
El escenario geopolítico jugó un rol fundamental en la caída del régimen de Bashar al-Assad. Por su parte, Irán se encuentra inmerso en su conflicto con Israel, Hezbollah ha sido brutalmente diezmado por Israel, y Rusia se encuentra enfocada exclusivamente en su guerra con Ucrania. De igual modo, Turquía ha apoyado tácticamente a algunos grupos rebeldes que operan en su frontera con Siria, debido a varias razones: Siria y Turquía han sido rivales regionales históricos, y este apoyo también ayudaría a reducir la presión con el eventual retorno de refugiados sirios.
Sin embargo, el futuro político de Siria y sus implicaciones geopolíticas permanecen en una gran incógnita. El principal grupo rebelde que tiene el control político del país en estos momentos es Hayat Tahrir al-Sham o H.T.S. Este grupo es sunita y desciende de Al Qaeda, pero el gobierno de Estados Unidos lo considera un grupo terrorista. Desde entonces, H.T.S. ha renunciado a Al Qaeda. Algunos analistas manifiestan que su líder, conocido como Abu Mohammed al-Jolani, es ahora considerado un líder menos extremista y más nacionalista. Desde que los rebeldes tomaron el poder, ha expresado que no quiere una guerra con Israel.
La estrategia de Estados Unidos en Siria y en el resto del Medio Oriente debe ser táctica y estar abierta a cooperar, de ser necesario, con rivales geopolíticos como Rusia, que tienen influencia en el país, para lograr sus objetivos, como hizo Donald Trump durante su primera presidencia. Estados Unidos debe desechar la filosofía política surgida del mundo unipolar de los años 90: la hegemonía liberal, que buscaba difundir los valores democráticos a escala mundial sin importar las condiciones religiosas y sociales de cada región.
No es cierto que el Medio Oriente es más seguro hoy que hace 14 años, cuando surgió la primavera árabe. Un ejemplo claro de dicho fracaso ha sido Libia, un país que hasta 2011 era estable y donde Gadafi mantenía relaciones cordiales con Occidente. Su caída permitió el fortalecimiento del Estado Islámico.
Durante su primera presidencia, Donald Trump mostró destellos de pragmatismo en política exterior. En una alianza táctica con Rusia en Siria, Estados Unidos incrementó su presencia militar y juntos lograron debilitar al Estado Islámico, que en 2014 tenía un califato casi constituido.
La coyuntura geopolítica actual brinda a Estados Unidos y sus aliados una ventaja diplomática en el conflicto de Ucrania, al debilitar la influencia rusa en la región.
Finalmente, Estados Unidos debe propagar los valores democráticos occidentales mediante una estructura de cooperación estable y multilateral. La creación de mecanismos efectivos para mitigar conflictos será clave para mantener su hegemonía frente a desafíos como Rusia y China.
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