Que no venga el Chapulín

Que no venga el Chapulín

México ha marcado el rumbo de una buena parte de América en distintas épocas. Durante la primera mitad del siglo XX la música mexicana llenó todos los lugares donde se buscaba la alegría entre tragos y bailes, con las historias de su gente, su valor, sus amores y desamores, de la belleza de las mujeres, de un pueblo que, como dice la canción “llora de alegría y canta de dolor”.

Unas décadas después, cuando el cine mexicano era desplazado por la avalancha de películas norteamericanas con su estereotipo que mostraba que los indios y mexicanos eran los malos y los vaqueros texanos eran los buenos, surgió un grupo de actores respaldados, por un gran autor teatral no reconocido como merece, Roberto Gómez Bolaños (Chespirito), escritor que recoge la vida en el quinto patio y la proyecta de manera universal.

Ese derroche de cultura popular, contenido en los libretos de Gómez Bolaños, se proyectó en la televisión, durante varios años, bajo el nombre de “El Chavo del ocho”.

Uno de los personajes más celebrados es el Chapulín Colorado, caricatura del Supermán norteamericano, que soluciona todos los problemas, a quien se llama con la exclamación: ¡Y ahora, quién podrá defenderme!
En estos días he pensado mucho en los personajes de Gómez Bolaños, especialmente en el Chapulín.

Los dominicanos sufrimos cada día un aumento en la desprotección ante el deservicio de empresas con los cuales hacemos negocios sin que tengamos la satisfacción a nuestros reclamos.

Se me ocurre proponer y espero que se escuche este reclamo, que con la misma eficiencia que la Corporación Dominicana de Empresas Eléctricas Estatales (CDEEE) mide el servicio que presta, mida el tiempo de los apagones, para que le devuelva al usuario la suma correspondiente a la falta de servicio.
Lo mismo propongo para las empresas de servicio telefónico, las cuales ni siquiera se molestan en explicar cuando, por ejemplo, cortan por error o dejadez, los alambres que llevan el servicio, sin que importen los problemas que causa la falta de ese servicio que pagamos, imprescindible aunque sólo nos damos cuenta cuando carecemos de él.

Es obvio que tanto la CDEEE como las telefónicas deben respetar a sus usuarios y entrenar a su personal en un verdadero servicio al cliente.
La impersonalidad con que se atiende a los usuarios que presentan quejas es otro asunto.

Si el acueducto no ofrece el servicio hay un negocio muy rentable que consiste en permitir que camiones cisterna se alimenten de la red pública y vendan el líquido como si lo hubiera producido.

Lo mismo ocurre con las compañías de servicio de televisión por cable.
El deterioro es tal que líbrenos Dios de que aparezca un Chapulín Colorado que “arregle” el país.

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