¿Quedaron amiguitos o sólo los “allantaron”?

¿Quedaron amiguitos o sólo los “allantaron”?

Al momento de sentarme a escribir, el tema obligado es la reunión del Presidente Fernández con los líderes empresariales. De primera impresión algunos reporteros informan que el gobierno cedió al reclamo de que no se aplique abruptamente el aumento al precio de los combustibles por la famosa indexación.

Pero quizás todo es un espejismo. Un juego de palabras. Un sortilegio del “encantador de serpientes” que ha debido desatender sus urgencias internacionales para bajar a ocuparse del rancho ardiendo, puesto que nadie más podía hacerlo. Hay atributos del liderazgo que son indelegables.

Quizás, en sus mentes boschistas, el Presidente Fernández y su ministro Vicente Bengoa creen ambos que han dicho lo mismo, que están “en la misma página”. Pero el efecto de cómo lo dijo Bengoa fue una sublevación del empresariado mientras tras el “conversao” con el Presidente al parecer los ánimos se apaciguaron.

La realidad es que tras la reunión entre el Presidente y los empresarios todo sigue igual. El gobierno sigue con su mismo déficit y necesidad de recaudar más dinero; el empresariado sigue con sus temores de que una corriente de influencia fiscalista y anti-empresarial dificulte aun más la generación de empleo y de riquezas.

A mi me parece que al Gobierno le hace falta mejores interlocutores con el empresariado. No sólo para que le hablen bonito como sabe hacer el Presidente, sino para establecer una auténtica comunicación recíproca, de dos vías, cuyo fin no sea avasallar ni convencer sino resolver y acomodar, para que el sector privado pueda realizar su potencial y el país tire “p’alante”.

Así fue como los taiwanesas, los coreanos, los irlandeses y hasta los chinos han resuelto muchos de sus problemas, poniendo sus aparatos productivos a volar. Los gobiernos le preguntan al empresariado qué requiere para aumentar la producción y exportar más. Y se hacen alianzas de largo plazo en bien del progreso nacional.

No se trata de re-inventar la rueda y la fórmula del agua tibia. Es sencillamente asumir, creer de verdad, que la empresa privada puede crear los empleos necesarios para aumentar la producción y generar la riqueza indispensable para vencer la pobreza.

Hay muchas fórmulas retóricas, excusas, argumentos y discursos que sirven para justificar lo contrario, pero al final del día sólo aquellos países cuyos gobiernos ayudan, en vez de fuñir al empresariado, son los que mejoran el destino de sus pueblos.

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