¡Quédate con nosotros!

¡Quédate con nosotros!

ÁNGELA PEÑA
El 24 de diciembre de 2004, Juan Pablo II pronunciaba la homilía de la Misa de Navidad, en la basílica de San Pedro del Vaticano, desconociendo que sería la última noche conmemorativa del Nacimiento de Jesús que estaría en la tierra pues, aunque su salud era cada vez más débil, parecía que el Santo Padre se hacía inmortal entre los hombres.

Hoy que se ha marchado, su espíritu se hace presente en el recuerdo de aquel mensaje que pese a pertenecer al pasado tendrá siempre vigencia en cada Nochebuena porque la conmemoración es la misma: la llegada del Mesías, «peregrino por los senderos del tiempo» que se hizo «alimento de vida eterna».

La fecha es propicia para evocarlo y al mismo tiempo esperar con sus palabras de aliento la más significativa Natividad de la historia. Éste fue su discurso:

«En esta Noche resuenan en mi corazón las primeras palabras del célebre himno eucarístico, que me acompaña día a día en este año dedicado particularmente a la Eucaristía.

En el Hijo de la Virgen, ‘envuelto en pañales’ y ‘acostado en un pesebre’, reconocemos y adoramos ‘el pan bajado del cielo’, el Redentor venido a la tierra para dar la vida al mundo.

¡Belén! La ciudad donde según las Escrituras nació Jesús, en lengua hebrea significa ‘casa del pan’. Allí, pues, debía nacer el Mesías, que más tarde diría de sí mismo: ‘Yo soy el pan de vida’.

En Belén nació Aquel que, bajo el signo del pan partido, dejaría el memorial de la Pascua. Por esto, la adoración del Niño Jesús, en esta Noche Santa, se convierte en adoración eucarística.

Te adoramos, Señor, presente realmente en el Sacramento del altar, Pan vivo que das vida al hombre. Te reconocemos como nuestro único Dios, frágil Niño que estás indefenso en el pesebre. ‘En la plenitud de los tiempos, te hiciste hombre entre los hombres para unir el fin con el principio, es decir, al hombre con Dios’.

Naciste en esta Noche, divino Redentor nuestro, y, por nosotros, peregrino por los senderos del tiempo, te hiciste alimento de vida eterna.

¡Acuérdate de nosotros, Hijo eterno de Dios, que te encarnaste en el seno de la Virgen María! Te necesita la humanidad entera, marcada por tantas pruebas y dificultades.

¡Quédate con nosotros, Pan vivo bajado del Cielo para nuestra salvación! ¡Quédate con nosotros para siempre! Amén».

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