Queimada o  “Los condenados de la tierra”

Queimada o  “Los condenados de la tierra”

POR GRACIELA AZCARATE
Todos hablaron de “El Padrino”, “Un tranvía llamado Deseo”, “La ley del silencio”, y hasta de “Apocalipsis Now”. Pero nadie habló de “¡Viva Zapata!”, y menos aún de “Queimada”. Ante la muerte de Marlon Brando todos recuerdan su genio para actuar, sus intransigencias, sus defectos, sus fallas, sus escándalos sentimentales y es de rigor y por una cuestión de morbo hablar de la mantequilla cuando abordan  “El último tango en París”.

No importaba para nada el descomunal monólogo con el cadáver de la esposa que se suicida, o la patética masturbación en un rincón de la sala de baile, o la escena de la penetración anal que desató las iras de la censura y el delirio de un público que no vio en esa película otra cosa que no fuera esa secuencia.

Hablaron de “El Padrino”, “Un tranvía llamado Deseo”, “La ley del silencio”, y hasta “Apocalipsis Now”.

Pero nadie habló de “¡Viva Zapata!”, y menos aún de “Queimada”.

Y es que “Queimada” une a dos monstruos del cine como a Marlon Brando  en el papel de un aventurerro inglés, y a Gilo Pontecorvo, el director italiano de tantas películas de izquierda que sacudieron la opinión pública de la década de los setenta. Pontecorvo dirigió con el título original: “Burn!” (Queimada) una película de neto corte antiimperialista.

La filmó en  Francia e Italia,  en 1969, pertenecía al género de  drama, y era el fiel reflejo de su director, imbuido de las lecturas de Frantz Fanon, de Antonio Memmi y de toda la literatura de la descolonización de la década de los sesenta y de la guerra de Argelia. Porque no hay que olvidar que Gilo Pontecorvo es el inolvidable director de “La guerra de Argelia” entre una larga lista de películas centradas en las relaciones amo/ explotador.  ¿Quién puede olvidar, la figura del general Massu, el general de los aviadores franceses entrando en la Kashba de Argel para reprimir la insurrección?

Es posible que a Marlon Brando le interesara el problema de la minorías de los indios norteamericanos pero también es cierto y ha pasado desapercibido su compromiso político con la inequidad.  Es una constante estos filmes donde se plantea la disyuntiva entre amos y expoliados. Dos ejemplos contundentes son “Viva Zapata” y “Queimada”

En la década de los setenta, vi Queimada y si bien he recorrido y visto la filmografía de Marlon Brando completa y con deleite, siempre recordaré la escena final de un aventurero en el Caribe, del paternalismo del blanco por el oprimido y de la cuchillada final que acaba con el aventurero y con el sueño del “buen  salvaje” en una isla paradisíaca del Caribe anglófono.

La trama de la película gira alrededor precisamente del colonialismo inglés y sus intereses económicos. A principios del siglo XIX, el gobierno británico envía a William Walker, agente secreto y aventurero, a la isla de Queimada. Su misión consiste en destruir el monopolio del comercio del azúcar, controlado en aquellos días por los portugueses. En las plantaciones, el trabajo era desempeñado por esclavos negros y se produce una insurrección que lleva al poder a los negros, pero que no se pueden mantener en el poder porque carecen de la formación, el entrenamiento y sobre todo la mentalidad para liberarse. Es la mentalidad del oprimido, del sometido, del que ha sufrido la esclavitud de siglos y reproduce en su mente el mundo del explotador.

Los actores eran Renato Salvatori, Evaristo Márquez, Dana Ghia, Valeria Ferran Wanani, Giampiero Albertini, Carlo Palmucci, Marlon Brando, Joseph P. Persaud, Alejandro Obregon. Gillo Pontecorvo  dirigía y Ennio Morricone compuso la música.

“Queimada (1969)” y “La batalla de Argel” (1965), dirigidas ambas por Gilo Pontecorvo, son dos monumentales películas en las que se pone al desnudo el imperialismo. No importa que  una sea en el marco del Caribe en el siglo XIX y la otra plantee la lucha de descolonización en el siglo XX. “La batalla de Argel” presenta la lucha armada del Ejército de Liberación Nacional de Argelia dando su gran batalla contra Francia. Ver la película hoy en día hace reeditar lo que está sucediendo en Bagdad, o en Faluya. Mientras que “Queimada” en los setenta tenía por telón de fondo la guerra de Vietnam, pero tuvo la gran virtud de presentar de manera premonitoria lo que poco después habría de suceder en Centro América.

“Queimada” buscaba poner al descubierto lo que el imperio es capaz de hacer por garantizarse materia prima barata y una mano de obra esclava. En ella Marlon Brando escenifica al enviado del Imperio que llega a una isla situada en el Caribe, a poner orden, a cortar cabezas tanto de blancos como de negros, para que los intereses del Imperio queden bien atados. Es una película que augura lo que pasaría años después en El Salvador y Nicaragua con los embajadores  a lo Negroponte, Shapiro, Oliver North y Otto Reich, que interpretan el papel de Marlon Brando. Por desgracia esos personajes no terminaron ajusticiados por quienes asumieron el relevo de los inmolados, como sí es el caso con Sir William Walker interpretado por Marlon Brando.

En ¡Viva Zapata! el silencio se debe nada más y nada menos a que es una película que exalta a un líder agrario, un campesino que lucha por reivindicar el derecho a la tenencia de la tierra, contra los grandes latifundistas. Por lo tanto nada más acertado que silenciarla. Porque estos son tiempos en los que un Comandante Marco, un Movimiento de los Sin Tierra, o un Evo Morales en Bolivia  andan reivindicando a un Emiliano Zapata del siglo XXI.

En el caso de Marlon Brando la prensa amarilla resaltó el escándalo de su renuncia al Oscar  y a la  lectura que hizo Sacheen Littlefeather, una indígena apache,  de las razones que tuvo para no asistir al acto de la entrega del premio. Lo sintetizaron en que protestó por el trato que Hollywood les daba a los indígenas norteamericanos. Pero en realidad había un  compromiso político de parte de  Marlon Brando. Es posible que fuera un inadaptado, un rebelde, un misógino, y un cronos devorador de hijos en la vejez, pero algo mantiene de integridad, de altivez y de lucha por los indios y por las causas más nobles de los colonizados en cualquier parte del mundo.

“Le Monde” dijo el sábado 3 de julio de 2004: “El actor siempre sostuvo a los indios, (notablemente después de la confrontación mortal, en 1973, con agentes federales en Wounded Knee , un lugar de Dakota del Sur en el que el 19 de diciembre de 1890 fueron asesinados por los “cara pálidas” mujeres, ancianos y niños; como después lo harían el 16 de marzo de 1968 en el poblado vietnamita de My Lai). La causa de los aborígenes norteamericanos fue una de la batallas del activista Marlon Brando, quien desde los años sesenta participó en el movimiento en pro de los Derechos Civiles, luchó contra la guerra de Vietnam y contra cualquier forma de opresión. El reverendo afroamericano Jesse Jackson afirmó: “Como Frank Sinatra y Harry Belafonte, fue mucho lo que él nos ayudó durante los años 60.”

En 1959, fue uno de los que en Hollywood fundó el grupo antinuclear SANE, auspiciado por actores negros entre los cuales estaba Harry Belafonte. En 1963, al lado del escritor afroamericano James Baldwin participó en la marcha histórica sobre Washington en defensa de los Derechos Civiles, y se manifestó en el Sur, al lado de Paul Newman y de los “Freedom Riders”, en contra de la segregación racial. En 1964, estuvo al lado de los amerindios, cuando estos desafiaron la ley y pescaron en el río Puyallup, para de esa forma reivindicar la aplicación de sus derechos tribales, por lo que, él y todos los manifestantes terminaron arrestados e inculpados por haber pescado sin permiso en ese río, además de sostener y financiar la causa de los Black Panthers.

Por todo eso Marlon Bando nunca pudo insertarse en el “Star system”, prefirió ser un monstruo, casi su bestia negra, ajena a las convenciones impuestas por Hollywood, y también por una gran mayoría de la sociedad estadounidense. Se murió desafiando al sistema que no lo pudo doblegar.

El estaría muy contento de ser recordado como el Don Corleone de “El Padrino”, pero no como un “padrino más de la mafia”, sino con la auténtica dimensión que le dio Mario Puzzo a ese personaje, que no es otra que la del defensor de una comunidad minoritaria  a la que hay que amparar, porque el sistema lo acosa, lo veja y lodiscrimina.

Pero sobre todo estaría muy contento de ser recordado en un muelle del Caribe, inmolado a cuchilladas por “un  condenado de la tierra”.

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