Querer con todo

Querer con todo

COSETTE ALVAREZ
Viendo por enésima vez la película «Cuando Harry conoció a Sally» y leer accidentalmente un artículo que escribí para El Nacional hace años, «Relaciones completas», me puse de manera expresa a recordar experiencias propias y ajenas, vividas o contadas.

Harry conoció a Sally, amiga de  su novia Amanda. Los tres eran estudiantes universitarios. Amanda consiguió que Sally diera a su novio Harry una bola de Chicago a Nueva York, un viaje de dieciocho horas en carro.

De todo lo que hablaron durante el interminable trayecto, me resultó interesante escuchar a Harry, en franca insinuación, decir a Sally que un hombre no podía ser amigo de una mujer atractiva porque terminaba deseándola. Contestando a una pregunta de ella, él admitió que si la amiga no era atractiva, también la deseaba.

A confesión de partes, relevo de pruebas. Harry aceptó, consciente o inconscientemente, la necesidad que tienen los varones de poseer a las hembras, dejando de lado los convencionalismos, pisando las rayas, saltando las barreras por insalvables que luzcan.

Los hay menos directos, menos agresivos, que un día te dicen que van a tener que romper su amistad contigo, al menos poner un poco de tierra por medio, «porque creo que me estoy enamorando de ti y no quiero perderte como amiga». Hasta puede ser cierto, pero más cierto es que, en el fondo, te quieren con todo.

El riesgo de lesión emocional es muy alto. Así como todo puede convertirse en una novela rosa con final feliz, puedes quedar convertida en un número más de una lista que, por muy larga que sea, estaba incompleta sin tu nombre.

Si se da el caso de que hayas hecho infidencias a tu amigo y luego terminen en la cama, puede suceder que su móvil haya sido demostrarte que él es mejor que lo mucho o poco que hayas probado hasta entonces, y hasta puede que así sea, pero también podría estar previsto que eso no pasaría de ahí, de una simple demostración. Y ahí quedaste, devastada.

Muchas veces somos nosotras, las mujeres, quienes nos enamoramos de nuestros amigos. Entramos en una guerrita interna porque no queremos perder al amigo, pero nos estamos muriendo por un «encuentro cercano del tercer tipo» con él. Por cuestiones culturales que no son privativas del Tercer Mundo, sino que se dan en todas partes por muy civilizadas que sean, mientras manejamos el tabú, perdemos un tiempo loco fantaseando, traduciendo las palabras y los gestos – así sean groserías o desdenes – en manifestaciones solapadas de un interés más allá de la amistad.

No nos cruza por la cabeza que nuestro amigo puede estar percibiendo nuestras sensaciones a través de nuestras miradas, de nuestros movimientos corporales, el ritmo de nuestra respiración, el olor de nuestras feromonas o las estupideces que hacemos para entrar en contacto innecesario. Y, como él no está pasando por lo mismo, se pone a la defensiva. Sin querer queriendo, nos lastima.

Hay ocasiones en las que, aun tentado, incluso por estar padeciendo del mismo mal de amor, tu amigo sabe tantas cosas de ti, cosas que además las saben en su entorno, que no tiene coraje para cargar con lo que considera tu reputación, como si la suya y la de otras mujeres con las que se ha relacionado fuera mejor.

Estas situaciones de amor y/o pasión flotando, amenazantes, en medio de las relaciones de amistad, se complican mucho cuando la pareja de amigos lo ha sido por muchos años, o sea, ya son «de edad». Pienso que el factor principal es la conciencia de que los atractivos físicos de uno y otra ya no son los mismos. Aunque el temperamento y la personalidad no cambian, el carácter sí. Aunque los gustos, las aficiones, las formas de pasar el tiempo juntos sean las mismas, quizás el placer de ejercerlos haya cambiado o perdido importancia.

Aparte de eso, gracias a Dios, no hay adulto sin historia, sin carga, sin responsabilidades, sin asuntos por resolver o disolver. Y, si esto dificulta mucho el contacto permanente con los amigos y amigas (me refiero a aquéllos y aquéllas que lo son más allá de los potes de ron, los chistes, los bailes y los paseos), imagínense cómo se dificultaría el brinco, lo bien que hay que calcularlo y cómo hay que prever el riesgo de perderlo todo en un ratito.

Cuando queremos «con todo», antes de lanzarnos, tenemos que ponderar, y hasta estar dispuestos, a perder. En cierto modo, estamos a riesgo de convertir lo sagrado en profano. Si difícil resulta hacer nuevas amistades verdaderas, sólidas, más lo es establecer una relación de amor y/o pasión a esta edad. Ocurre, pero no es común.

Ahí está el dilema. Porque a estas alturas también hemos aprendido que la vida es una, y que se nos acorta. Pensamos en las oportunidades perdidas, en lo que debimos haber hecho y no hicimos, en lo que debimos haber sido y no somos, y nos lanzamos al precipicio conscientes de que no sabemos volar, que no podremos devolvernos y que, si acaso no quedamos muertos o incapacitados, es seguro que las lesiones no serán simples rasguños, sino fracturas y heridas profundas, de cicatrices horribles, de deformaciones físicas, de deterioro mental.

Uno de los detalles más simpáticos entre las mujeres y los hombres es que los hombres no niegan su necesidad de poseer a las mujeres. Sin embargo, pasada la posesión física, somos las mujeres quienes empezamos a creernos dueñas de los hombres, de manera tal que, mientras eran nuestros amigos y nos contaban sus historias con otras mujeres, los aconsejábamos y no pocas de nosotras llegamos a intervenir para salvar o romper una relación, según el caso, pero una vez pasadas por las armas, empezamos a hacer lo mismo que hemos hecho siempre y que sólo nos ha llevado a un fracaso tras el otro. Ellos también.

De repente, unos y otras nos convertimos en personas diferentes, para peor. Y termina el sortilegio. La romántica película de Sally y Harry tuvo un final feliz, pero aun en la ficción, les costó muchos años y tropiezos llegar al él.  El amor es difícil. Entre amigos, puede ser doloroso. ¿Será inevitable querer con todo?

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