Querer ¿es poder?

Querer ¿es poder?

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
Los cambios sociales son tan lentos como las aguas de los ríos en el tiempo del estiaje. Si difícil es asimilarlo, peor es tenerlo que entender. El desconocimiento de la mecánica de la historia, la lentitud de sus movimientos y la constancia para introducir cambios, deja en muchos un sentimiento de frustración que se manifiesta de distintas maneras. Unos dicen que el estancamiento en la velocidad de los cambios es debido a que los mejores fueron asesinados durante el gobierno de los 12 años del doctor Joaquín Balaguer, de 1966 a 1978. Otros dicen que debió morir en ese tiempo de la tormenta, que se llevó a muchos jóvenes dirigentes de gran valía como activistas políticos, como profesionales, como promotores de sindicatos, estudiantes, amas de casa…

Es muy fácil escudarse en la autocompasión como un modo de ocultar su cambio de ideología, su diametral giro en la práctica política, su incorporación a las actividades cotidianas, en muchos casos, su renuncia a querer cambiar el mundo.

En otros casos hay cambios tan radicales de personas que recogieron la cabeza que habían dejado en un partido de izquierda, para prosternarse ante un nuevo amo al cual hay que demostrar sumisión y hacer todo tipo de alardes, demostraciones y genuflexiones, para que los acepte en la derecha que dijeron combatir.

Ello, por supuesto, mueve una alta montaña de suspicacias sobre la sinceridad de su izquierdismo de entonces y uno se pregunta ¿estaba infiltrado? ¿Cuándo fue sincero? ¿Es sincero ahora?

Los cambios se producen a la velocidad que los pueblos asimilan.

La velocidad mayor de una escuadra es la del hombre que camina más lento, si se lo deja atrás no hay escuadra y forzarlo a caminar más rápido puede producir resultados contrarios a lo esperado.

La vanguardia no se debe alejar de la masa, porque si se pierde el contacto la vanguardia se convierte en un ejército sin tropa y los cambios sociales tienen que dirigirlo las vanguardias montadas sobre la cresta de las masas, de lo contrario ocurre como con las desmayadas brisas de verano que se levantan aquí y caen inmediatamente.

Saber leer qué camino quiere recorrer el pueblo es un arte que va más allá de la percepción política. En veces, la vanguardia no entiende el proceso, se aleja y la aplasta el peso de los acontecimientos que caminan a la velocidad de la tortuga, lenta, pero continuada.

Mientras la rápida liebre dormía confiada en su velocidad, cuando pactó una apuesta con la lenta tortuga, el quelonio caminaba de manera lenta pero continuada y ganó.

Eso ocurrió con la vanguardia de mi generación que entendió que la historia le daba la razón, que los pueblos se levantarían al conjuro de las palabras revolucionarias, que las masas irredentas entendían la división de clases y lucharían para combatir la miseria, la falta de educación, de salud, de trabajo.

Una dosis excesiva de medicamentos no sana al enfermo más rápido.

Las enfermedades siguen un curso que puede ser alterado por los medicamentos y por los tratamientos que prescriben los médicos, pero nunca será efectivo violentar la naturaleza de las cosas.

Mi generación apostó a que desaparecido Trujillo se resolvería los males que sufría nuestra sociedad, muchos de los cuales, para desgracia, ahora se han profundizado y multiplicado.

La dispersión, las ambiciones, la envidia, el egoísmo, la zancadilla, la marrulla y la experiencia de zorros políticos solapados bajo el trujillaje, son algunas de las causas que impiden que los propósitos de mi generación sean realidad. ¡Revirtámoslas!

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