Querer, saber y poder vivir

Querer, saber y poder vivir

Debe ser una mala costumbre. Estoy casi seguro de que lo es la manía de querer profundizar en todo. Sobre todo porque querer no es poder.

De todos modos tengo esa mala costumbre que me atrapó mientras caminaba por la Ciudad Colonial al ver un grupo de cuatro hombres, sentados en rústicas sillas tentadoras por la curvatura de sus fondos de guano, jugando dominó en plena acera, con el tablero sobre los cuatro pares de rodillas.

Cuando los vi estaba prácticamente sobre ellos y casi me caigo para no embestirlos.

–Perdonen –les dije azorado.

Nadie me respondió. Traté de seguir caminando, pero la fascinación de este grupo de hombres tan serenos, tan victoriosos de su desafío a las urgencias del tiempo, tan despreocupados de este correr de días que uno no sabe para qué son, no me dejó continuar mi caminata.

Yo, que me lo cuestiono todo, me había encontrado con un grupo heterogéneo, –dos jóvenes, un hombre maduro y un anciano–, que demostraban no cuestionarse nada. Los miré detenidamente, con respeto y admiración. ¡Eran tan apacibles sus miradas!…

Me pregunté, ¿tendrán razón?

Pero, aparte de no hacer mal a los demás ¿quién sabe lo que es correcto y lo que no lo es? La pregunta es muy vieja. Ha atravesado siglos rebotando incansable, intacta, después de atormentar a los ambiciosos que quieren saber la trama, la razón y la maquinaria de la vida.

No hay respuesta.

A lo sumo hay sospechas de razones o certidumbres de razones enclavadas en la fe, que es una nube dorada que se acerca y se aleja cambiando de tonos e irradiaciones. Digamos que se supone que el humano busca esencialmente la felicidad… pero ésta tiene exigencias muy extrañas. Unas veces simples, otras variables, caprichosas y hasta absurdas o malignas.

Quienes tenemos mayormente activo el inductor eléctrico que es el pensamiento, sentimos las sacudidas de preguntas difíciles concernientes a lo vital, a lo esencial. Nos funciona una maquinaria interna que nos obliga a hurgar en la nebulosa de las incógnitas seculares, queriendo descubrir qué es razonable y qué no lo es. Tenemos pocas posibilidades de llevar una existencia tan apacible como la de aquellos que están viviendo simplemente su paso por la tierra, sin otra meta que vivir lo mejor posible con un esfuerzo mínimo.

No buscan saber. Solo vivir.

El lejano astrónomo, filósofo y poeta persa Omar Khayyam escribió en una de sus Rubayatas: “Convéncete que un día de tu cuerpo caerá / tu alma, como una hoja que el viento llevará / más allá del misterio. En tanto sé feliz: / no sabes por qué vienes ni hacia dónde te irás.”

Aún dentro de este no saber nada, tengo la impresión de que quienes no piensan son más felices… pero, no sé… porque también se me ocurre que esos viven dentro de una silente campana de niebla a la cual nunca entra un destello de luz.

Fugaz y magnífico.

 

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