Querer, saber y poder vivir

Querer, saber y poder vivir

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Debe ser una mala costumbre.
Estoy casi seguro de que es una mala costumbre la de andar queriendo profundizar en todo. Especialmente porque uno quiere pero raras veces puede.

De todos modos tengo la mala costumbre, y venía pensando en las necesidades psíquicas del hombre, en muchos casos más potentes que las físicas. De este pensamiento de peatón de intramuros caí en divagar sobre lo que los científicos llaman respuesta emotiva, o sea la reacción que provoca una acción realizada por un miembro de la sociedad, sociedad como entidad, no como grupo de aristócratas.

Entonces me asaltó por los ojos un grupo de cuatro hombres, quienes, sentados en rústicas sillas, tentadoras por la comodidad que sugerían las curvaturas de sus fondos de guano, jugaban dominó en plena acera. No había mesa y el descolorido cartón descansaba sobre los cuatro pares de rodillas.

Cuando los vi estaba prácticamente sobre ellos y casi me caigo por no embestirlos.

-Perdonen- les dije azorado.

Nadie me respondió. Yo traté de seguir caminando pero la fascinación de este grupo de hombres tan serenos, tan victoriosos en su desafío a las urgencias del tiempo, tan despreocupados de este correr de días que uno no sabe para qué son, me impidió continuar.

Yo, que me lo cuestiono todo, me había encontrado con un grupo heterogéneo -había allí dos jóvenes, un hombre maduro y un anciano- que demostraban no cuestionarse nada. Los miré detenidamente con respeto y admiración; era su mirada tan apacible, tan convencida de tener razón… sus ojos reflejaban la satisfacción del deber cumplido, la seguridad de andar por el recto  camino, la convicción de tener razón.

Me preguntó: ¿Tendrán razón?

Pero, aparte de no hacer mal a los demás ¿quién sabe qué es correcto y qué no lo es?

¿Está bien mantenerse impasible frente a las carencias humanas? ¿Resignarse a un desconocimiento interminable? ¿Aceptar -verdaderamente bien- lo ignoto, aquello sobre lo cual no tenemos posibilidad alguna o por lo menos lo parece?

La pregunta es muy vieja. Ha atravesado siglos rebotando incansable; intacta después de atormentar a los ambiciosos que quieren saber la trama, la razón y la maquinaria de la vida.

No hay respuesta.

A lo sumo hay sospechas de razones o certidumbres de razones enclavadas en la fe, que es una nube dorada que se acerca y se aleja cambiando de tonos e irradiaciones. De otra parte, se supone que el hombre busca esencialmente la felicidad.

Las exigencias de la felicidad son muy extrañas. Son caprichosas, simples, absurdas, malignas.

Quienes tenemos mayormente activo el inductor eléctrico que es el pensamiento y sentimos las sacudidas de preguntas difíciles por lo esenciales, por lo concernientes a lo vital, quienes tenemos una maquinaria interna que nos hace hurgar con el pensamiento las nebulosas de las preguntas seculares, queriendo saber qué es razonable y qué no lo es, tenemos muy pocas posibilidades de llevar una existencia tan apacible, suave, agradable como la de aquellos que están seguros de estar viviendo simplemente su paso por la tierra. Sin otra meta que vivir lo mejor posible con un mínimo esfuerzo.

Sin intentar saber. Sólo vivir.

Aún dentro de este no saber nada, tengo la impresión de que quienes no piensan son más felices; pero no sé, porque también se me ocurre que ellos viven dentro de una campana de humo a la cual nunca entra un destello de luz.

Fugaz y magnifico.

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