«Amo esta isla, soy del Caribeeee”… Yo era casi una niña, no llegaba a joven, cuando empecé a escuchar a Pablo Milanés. Siempre cuento como si fuera algo de realismo mágico el hecho de que en mi Monte Plata, la música de los cantautores y trovadores salía de las mismas agallas que la música de amargue y que las baladas lacrimógenas de los 70 y 80.
Habría que seguirle los pasos a los discos de pasta, y sobre todo a los sencillos que por 5 centavos, subían, se dejaban acariciar de la aguja y tras un leve quejido, reproducían el amor, el dolor, las ansiedades y hasta las esperanzas de algunos de que un cohete de paz, resolviera la presión que ejercía vivir en un país de persecución política y opresión social y económica de la ahora denominada “dictadura ilustrada” del doctor Balaguer.
“Muchas veces te dije… que antes de hacerlo había que pensarlo muy bien… que a esta unión de nosotros le hacía falta carne y deseo también… que no bastaba…’ y tocando el cielo de la derrota del amor, aparecía el machoman de la bachata Marino Pérez con su insistente “ vine a buscarte morena y no te voy a dejar… y no había terminado La soberbia de decir “ continúa papi, continua…”, cuando algún profesor entraba su moneda e imponía su visión del mundo con nuestro Pablo “ Yo pisaré las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentada y en una hermosa plaza liberada / me detendré a llorar por los ausentes…”. Como quiera, sonara quien sonara, los vasos subían hasta la boca y cada cual cantaba la parte que pagaba…
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Es que Pablo, Silvio y Serrat imponían su poesía y su protesta por donde corría el romo, los cuchillos, los celos, el llanto y la sangre, en el centro del sentimiento, estaba también el centro del pensamiento. Ahí Víctor Manuel San José Sánchez llamaba constantemente: “cuando nadie nos vea sube al desván” y lo más increíble es que también “ella fue a nacer en una fría sala de hospital… cuando vio la luz, su frente se quebró como cristal”. Y Lolita se preguntaba, ¿quién lo va a saber? e inmediatamente se respondía: que lo sepa quien lo sepa que vivir sin ti no puedo…”.
En ese barullo, hay que contar los atabales, las salves de las procesiones, personas a pie de todas las edades y a su lado, los toros y los caballos, sonaba Johnny Ventura llorando a Mamá Tingó. Pablo y su Yolanda sonaba antes o después del la Yolanda de Fausto Rey.
Y llegó la juventud y sus inquietudes nos llevaron de los clubes culturales, donde la canción y la poesía social eran nuestra resistencia del momento. Leíamos cuentos chinos, mandábamos a la mierda a los yankis mientras disfrutábamos de la nueva trova, cantando con Pablo al Guillen “ de qué callada manera o el a Songoro cosongo…”.
Luego vinieron mejores días y fueron los de las canciones inducidas por los primeros anhelos políticos. Todos fuimos de izquierda, sin siquiera saber lo que había detrás, pero ayudaba. Leíamos a Carlos Marx y a Mao Zedong ¿se la llevaron? Dejen eso así…
Seguía entrando ideas socialistas, el Capital hacía de lo suyo y la vellonera de Masito seguía su ruleta de canciones mezcladas y las prostitutas y sus chulos bailaban el merengue “el que quiera se puede ir conmigo… En mi cohete de pan” mientras se afilaban los fusiles de Silvio Rodríguez.
Fuimos creciendo y de lo político pasamos a lo literario y a una estética sonora lejos de los bares de bombillos rojos. Nos gustaba oír a artistas como Pablo, Cortez, Silvio, Víctor Manuel, leer a Neruda a Benedetti y a Sonia que nos recordaba “Qué suerte he tenido de nacer” o “ Si te quiero es porque eres…”.
O como cantaba Sonia y a veces Pablo “los caminos, los caminos no se hicieron solos / cuando el hombre dejó de arrastrarse…”.
Y, así fuimos creciendo y uniendo nuestras pequeñas voces, mi hermano, el valiente Edgar Reyes (qepd) con el que vino a complementar nuestros gustos musicales pueblerinos con sus vivencias de Las Matas a la Zona Colonial y una amplitud de voces, versos y contenidos para los vasos; Charles Mariotti y su paz, Margarita junto a los cuales hicimos de los cantautores mencionados más los Viglietti, Heredia y otros argentinos nuestra “petite boheme” para filosofar.
Años después, descubrí que había derrumbado las barreras del mundo cuando un sábado universitario Edgar y su Alta Gracia (Fanith) y yo fuimos a la Fortaleza Ozama a ver a Pablo. Era gratis y la libertad y la emoción nos llevó a escucharlo tumbados sobre la hierba. Su voz, su música y el infinito nos derramaron en imperceptibles lágrimas que nos enseñaron en su silencio que a esa pequeña y fugaz plenitud le podemos poner el ambicioso nombre de felicidad.
Luego, muchos años después, me encontré con Pablo en el estudio de grabación de “Noche de Luz”, estaba con Víctor Víctor. Me hice una foto con ambos y le regalé mis libros de poesía. A la mañana siguiente, a las 8am. Suena el teléfono de mi casa y lo tomo. Alguien pregunta por mí en con otro acento y a la vez inquiero quién la llama: “Es Pablo”. ¿Pablo? “Pablo Milanés. Tuve que sentarme. Temblaba… “Me gustó mucho tu poesía”. Leí los libros que me diste mientras cenaba anoche en El Vesubio con Cesár Suárez”. No recuerdo que más hablamos, pero es la primera vez que lo cuento. Un detalle que habla de que la calidad de persona le hace honor a su nivel del poeta que es Pablo. La gente muere, pero los poetas viven para siempre en sus versos. El dolor de sus amigos, habla de algo que vivimos con Pablo y con Silvio, iban a ver a Yaqui en su cama, cuando venían al país. Amigo, según Quevedo“ ha de ser como la sangre, que acude a la herida antes que la llamen”. Pablo con sus canciones se hizo amiguito para siempre de todos los que le oímos. “Los Pablo (Picasso, Neruda y Milanés) nos dejaron tanto… “Si ella me faltara alguna vez…
El filing del bolero al filo de la nueva trova en su voz alcanzó la eternidad.