Cacería sangrienta.- Hasta el más obtuso de los investigadores policiales sería capaz de discernir que la muerte de la mayor de la Policía Nacional Paula Mercedes, asesinada a las puertas de su casa con absoluta premeditación y alevosía, no es producto de la delincuencia común, pues en ningún momento, tal y como narran las dos testigos presenciales del hecho, su asesino hizo esfuerzos por despojarla de sus pertenencias o de su arma de reglamento que en ese momento portaba, y lo mismo puede decirse del raso policial muerto de un disparo en la cabeza mientras patrullaba las calles de Navarrete en medio de una huelga contra los apagones. ¿Por qué, como si se tratara de una relación causa-efecto, una Policía sedienta de sangre y venganza desata una feroz cacería de supuestos delincuentes en los barrios de Santo Domingo que en menos de 24 horas costó la vida de seis ciudadanos gracias a los desacreditados intercambios de disparos? ¿Para qué están entonces los departamentos investigativos de la institución, a los que hay que suponer desplegando todo su personal y recursos técnicos en la persecución de los responsables de esas muertes? El mayor general Rafael Guillermo Guzmán Fermín, quien arrastra, como un pesado lastre, la fama de represivo que le ha merecido el siniestro sobrenombre de El Cirujano, debe cerrar sus oídos a quienes aplauden sus excesos, pues lo están llevando de la mano hacia el fracaso. Desde los tiempos del general Candelier, a quien se atribuye haber patentizado los intercambios de disparos como método de combate a la delincuencia, se sabe que matar delincuentes no acaba con la delincuencia, como no acabará con la delincuencia que nos ha robado el sosiego la muerte de esas seis personas. De lo que sí puede estar seguro el jefe policial es de que en ningún país donde impere un verdadero Estado de Derecho la policía se comporta de esa manera, ni se lo consienten sus superiores.