La saga del salami- Si ejercitamos un poco la memoria recordaremos que el salami, ese popular embutido que hoy está en el vórtice del candelero tras conocerse los resultados de un estudio ordenado por Pro Consumidor, arrastra de viejo su leyenda negra, pues hubo una época en que todos estábamos convencidos de que la carne de burro era uno de sus principales ingredientes, por lo que aquel que lo consumía lo hacía bajo su propia cuenta y riesgo y amparado en la universal premisa de que lo que no mata engorda.
De allá para acá, justo es reconocerlo, es mucho lo que se ha modernizado la industria cárnica en el país, pero ha sido más por interés de los propios industriales y su necesidad de satisfacer las necesidades de un mercado (y unos consumidores) cada vez más exigentes, que como consecuencia de los controles y regulaciones impuestas por las autoridades responsables de velar porque ese y cualquier otro producto alimenticio reúna los requerimientos nutricionales y de higiene necesarios, autoridades que desgraciadamente siguen tan ineficientes e inoperantes como décadas atrás. Es lo que explica que a estas alturas se esté hablando de la existencia de decenas de fábricas de salami de patio, que por cierto todavía siguen abiertas a pesar de un escándalo que ya provocó que Haití suspenda sus importaciones de embutidos dominicanos, operando sin ningún control ni supervisión. Por eso puede afirmarse que el alboroto alrededor del estudio dado a conocer por Pro Consumidor, cuyo único pecado ha sido –insisto– dejar a la imaginación o a nuestros prejuicios determinar cuáles marcas de salami no son aptas para el consumo humano, no se hubiera producido, como muy distintos hubieran sido también (estoy seguro) los resultados de ese ya famoso estudio si las instituciones responsables de velar por la calidad e higiene de lo que consumimos los desamparados consumidores dominicanos hicieran bien su trabajo.