El Líder.- Mucha gente ha expresado legítima alarma por la forma en que fue despedido el cadáver de Rolando Florián Féliz en su natal Barahona, pues considera el multitudinario entierro del capo, donde abundaron tanto los gritos clamando venganza por su asesinato como las exaltaciones a la figura del Líder, una afrenta a la sociedad dominicana, pero sobre todo como una patente demostración de la inversión de valores que corroe sus cimientos morales. ¿Por qué extrañarnos de que Florián Féliz, un hombre con varios crímenes sobre sus espaldas y un montón de dinero que solo le sirvió para precipitar su temprana muerte, despierte esos niveles de admiración? Para muchos jóvenes a los que una sociedad que al mismo tiempo que les enseña que el éxito social, lo más parecido a la felicidad en este mundo materialista en que vivimos, depende del dinero y de todo lo que con el se consigue o se compra no les ofrece opciones ni oportunidades para alcanzar esa felicidad por estar condenados a la marginalidad y la exclusión, Florián es lo más parecido a un héroe, sobre todo porque esa admiración encuentra un terreno muy fértil: la cultura del dinero fácil que, según la antropóloga Tahira Vargas, ha permeado hasta la médula a la sociedad dominicana –sobre todo a la juventud– trastocando sus valores y referentes. Pero de esa cultura del dinero fácil no son los narcotraficantes como Florián, como pudiera creerse, el mejor exponente sino los políticos que durante décadas nos han estrujado en la cara, con absoluta impunidad, sus bienes malhabidos, sus fortunas infladas por la prevaricación y el latrocinio, eso que bien puede ser llamado –para hacer alusión a un fenómeno tan próximo como reciente– el gran salto dialéctico de la chancleta a la yipeta.