Quid

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[b]Señor director:[/b]

Si los aparatos electrónicos disfrutaran del factor vida, las hondas hertzianas, permanentemente frecuentaran exequias de esos útiles instrumentos, víctimas del fétido aliento mental y de la cardiodescomposición de la mayoría de tantos pseudocomunicadores sociales, afectados crónicos del virus de «disfunción profesional».

En tiempos electorales como los que en la actualidad nos envuelven, cuando nos vemos precisados a observar de manera especial y más que nunca la pantalla chica, siendo como son, los periodistas y «periodistas» protagonistas de primer orden en el escenario nacional, no escapa a una mente medianamente acuciosa reparar en la conducta o comportamiento que ponen de manifiesto esos propulsores de la comunicación social en el rodaje del film sociopolítico que, sobre todo en estos tiempos, se está ventilando, para forzoso consumo, disfrute o contaminación mental de toda la ciudadanía. Es por ello que en esta oportunidad deseamos referirnos a la incidencia que en todo este agobiante marasmo tiene la deontología del periodista o de los que se perfilan como meros adictos de la delicada y comprometedora profesión de la Comunicación Social.

Si los aparatos electrónicos disfrutaran del factor vida, las hondas hertzianas, permanentemente frecuentaran exequias de esos útiles instrumentos, víctimas del fétido aliento mental y de la cardiodescomposición de la mayoría de tantos pseudocomunicadores sociales, afectados crónicos del virus de «disfunción profesional».

Todo comunicador social necesariamente debe estar mancomunado con la verdad objetiva y desprendido radicalmente de toda subjetividad, porque una labor interesada de este profesional, dado que actúa erga omnes (frente a todos), manifiesta lo que dice para consumo de la inmensa mayoría de la Nación y de más allá de las fronteras. En tal sentido, según que sea objetivo o subjetivo en el desempeño de sus funciones, a nivel nacional y hasta internacional, el periodista edificaría con la verdad o destruiría con la mentira y la hipocresía.

En medio como el nuestro, donde el fin primordial de los dirigentes académicos está circunscrito al factor mercurial y no al desarrollo y a la institucionalidad de la Nación, se abusa, se hace un uso inadecuado de las aulas universitarias, alojando en ellas una pléyade de «bachilleres» que lo que persiguen es un título universitario «vaporizado» que les sirva de «modus operandi», que les garantice su «modus vivendi», pero que en el fondo, carecen de lo que podríamos llamar «vocatio operandi», esto es, de un llamado eminentemente auténtico y consciente para actuar en el ámbito del saber que han adoptado. La ausencia de esa «vocatio operandi» eminentemente funcional en el agente del micrófono, lo envuelve en una ínfula y hace que el mismo se automanifieste como un «non plus ultra» con relación a todo ente que se le enfrente, debiendo quedar muy por debajo de la suya, toda opinión que le pueda adversar en lo más mínimo.

De esta manera, el quid, la esencia, la razón de ser de la opinión periodística puede proporcionar mucho bien o un inconmensurable daño a todo un conglomerado social, según que esa opinión periodística se corresponda con la verdad real, objetiva y auténtica y no con un subjetivismo interesado, hipócrita y meramente mercurial.

Exaltamos, pues, a los periodistas cuyo quid es la autenticidad y cuyo verbo es una espada de doble filo que firmemente corta todo aquello que pueda ser cancerígeno al organismo de la Sociedad, a la vez que ponemos por estrado de nuestros pies a la mediocridad, disfrazada de comunicador social que desnaturaliza la profesión del micrófono y de la pantalla chica, pervirtiendo a los medios audiovisuales con una verboragia hipócrita, pésima e indigna de lesa Sociedad.

No cabe, por tanto, confundirse la calidad de Cuarto Poder, con facultad o licencia para contaminar y destruir, a través del micrófono o de la pluma, la consciencia ciudadana, sino un Cuarto Poder integrado por hombres y mujeres que, en base a un permanente deseo de servir a sus congéneres, se erija en fiel Ministro del verbo tanto escrito como hablado.

Atentamente,

Dr. Pedro Castillo López

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