Israel.- La guerra entre Israel y Hamás, que estalló el 7 de octubre, dejó atrapados en Gaza y Cisjordania a los jornaleros palestinos que cultivaban los campos israelíes. Para evitar que las armas malogren también las cosechas, sus agricultores han tenido que recurrir al trabajo voluntario de sus compatriotas.
«Tras lo ocurrido hace un mes, estábamos todos muy confusos y no sabíamos realmente cómo íbamos a recoger todas estas granadas que estaban a punto de pudrirse y nosotros trabajamos normalmente con palestinos, pero, desafortunadamente, ellos no pueden cruzar la frontera ahora», explica a EFE Assaf Tzur encargado de esta huerta de frutales que pertenece al kibutz Tzora, al oeste de Jerusalén
Como Tzur, muchos agricultores israelíes se quedaron sin mano de obra tras el comienzo de la guerra que siguió al ataque del grupo islamista Hamás, en el que murieron 1.200 personas y 239 fueron secuestradas, y que fue seguido por una ofensiva militar contra la Franja de Gaza que ha causado hasta el momento más de 11.000 muertos.
Las autoridades también cerraron los pasos con los territorios palestinos, impidiendo la entrada de miles de gazatíes y cisjordanos que trabajan habitualmente en Israel.
La importancia de recolectar a tiempo
Tzur explica que una vez que las granadas están en su punto para la recolección «es realmente crucial recogerlas en un período muy corto, máximo en dos o tres semanas».
Fue entonces cuando decidió hacer un llamado por las redes sociales y todos los medios que conocía para solicitar ayuda y que la cosecha no se perdiera.
La escritora y traductora Leah Elbaum es una de los cientos de voluntarios que han acudido al llamado de Tzur y otros campesinos, pero además ha creado un grupo de WhatsApp para poner en contacto a los granjeros con las personas que quieren aportar su tiempo para salvar la cosecha.
«Vi que había varios lugares en el país en los que se estaban organizando y llamando a la gente para que viniera y ayudara. Y en mi área (en el centro de Israel), la gente empezó a preguntar dónde podemos ir a trabajar de voluntarios, pero no había ninguna organización local» cuenta a EFE, antes de precisar que se puso a buscar hasta que encontró a varios agricultores locales como Tzur, que necesitaban ayuda.
Entre las hileras de granados hay medio centenar de voluntarios entre estudiantes de universidad y de instituto, oficinistas, religiosos, familias enteras y hasta un joven con un fusil en ristre recolectando los últimos frutos de la temporada que serán vendidos para hacer zumo, ya que las granadas para fruta, que se exportarán a Europa, ya han sido recogidas en los pasados días.
Arrancan los frutos, los meten en cajas, charlan y a mediodía hacen una pequeña parada para retomar fuerzas, tomar un tentempié e, incluso, un refrigerio a base de granada, limón y anís que prepara un grupo de voluntarias universitarias.
Una forma de ayudar y no pensar en la guerra
Inbal Elraz, traductora, llegó a la plantación a las nueve de la mañana. Una amiga del Kibutz le avisó y como el domingo es su día de descanso decidió venir a echar una mano.
«Es lo que hago los domingos, que los tengo libre. He estado en otro sitio de recolección de fruta y verdura para salvarlas y otros lugares que se han quedado sin trabajadores», dice Elraz, que asegura que se informa de las convocatorias a través de Facebook, para hacer un trabajo que asegura «debería estar haciendo el Gobierno».
Con los guantes puestos y una granada en la mano, Elraz explica que lo hace porque «la situación es ahora muy difícil. Necesito hacer algo para no pensar, para no ver todos los días las noticias».
Tzur reconoce que los voluntarios no son profesionales, a diferencia de los trabajadores palestinos, a los que asegura echar de menos. Pero reconoce que gracias a las manos voluntariosas, la cosecha se ha salvado, mientras espera que los jornaleros de siempre puedan volver pronto, porque el trabajo no termina aquí y queda todavía mucho por hacer.