¿Quién dijo miedo?

¿Quién dijo miedo?

Los cambios en la convivencia social, de un país relativamente pacífico a una sociedad violenta, donde el poder de los grupos criminales, sustentados y financiados por los micro carteles de la droga y el pandillerismo bandolero, que desborda ciudades y campos, obliga a la familia dominicana repensar el estilo de vida tradicional, ante la impotencia de ganar la guerra a estos poderes fragmentarios de la delincuencia.

El drama consiste en que nuestros políticos y empresarios no tienen una visión y una misión del tipo de sociedad que nos merecemos los dominicanos, independientemente del nivel social y económico de nuestros conciudadanos. Es una irresponsabilidad sin aparente resolución.

¿Cuál es el tipo de poder central y de poderes locales que deben normar al Estado dominicano? Nadie puede responder esa pregunta. Lejos de los seminarios, de las nuevas leyes y códigos, con que simplemente nos acojamos a las reglas de la democracia, a los diversos avances, especialmente al crecimiento económico, que ha experimentado el país en las últimas décadas y que se haga una mejor distribución de la riqueza, que alcance a los sectores sociales más empobrecidos, que es donde residen los mercenarios que se reclutan para ejecutar los actos de violencia, es muy probable que tengamos un país más seguro. Sin embargo, en este momento la seguridad de la familia dominicana está severamente afectada y ni el ciudadano de a pie ni el empresario o político (sin visión ni misión de Estado) están seguros en las calles y en sus hogares. La inseguridad, como dicen en béisbol, ha picado y extendido y ganando la psiquis colectiva y quien dijo miedo no será buen guerrero, como dice la salsa de Raúl Marrero.

Indignado, doblemente indignado, el país es certificado, casi siempre de forma negativa, en su desempeño en el combate contra el narcotráfico internacional, que utiliza a la República Dominicana como puente para hacer llegar a Estados Unidos la droga desde Centro y Sur América. Sin embargo, nuestro gran vecino sigue siendo probablemente el mayor consumidor de estupefaciente y uno de los países que menos hace para reducir el consumo interno de droga.

Costará más dolor y llevará tiempo devolvernos una sociedad relativamente segura, donde el ciudadano se sienta protegido en la plaza pública y en el entorno laboral y hogareño, en tanto los órganos del orden y la protección ciudadana estén visceralmente penetrados, como en este momento lo están, por los poderes generadores de la violencia y el miedo público y privado.

Vivimos un momento en que el ánimo general de dominicanos y dominicanas es sombrío, porque un pueblo por lo regular pacífico y trabajador, no escapa a una pesadilla de la que no despierta, en razón de que en cualquier momento, en la calle, en la esquina, en el solar, saliendo del trabajo, entrando al hogar, en el colmadón, regresando de un hotel o de una iglesia nos arrancan la cartera y también la vida y todo prosigue su agitado curso. Apenas alcanzamos algunas columnas en las crónicas policiales de los diarios. Es cuanto.

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