¿Quién dijo que aquí hay corrupción?

¿Quién dijo que aquí hay corrupción?

-I-
Lo de la corrupción no se quiere entender. Entonces, en un esfuerzo inútil, acudimos a nociones filosóficas y enseñanzas tan etéreas como la ética, la moral, la equidad y la justicia, comportamientos ciudadanos más que deseables obligatorios para afianzar una sociedad sana, libre de temores y prejuicios.
Pretendemos, desde el púlpito o del magisterio dar cátedras; hacer comprensible la corrupción contraponiendo esos valores que se tornan inexistentes cuando se requieren pruebas inequívocas, inconmovibles, reveladoras del hecho para que los tribunales de justicia las raras veces que son formalmente apoderados actúen y juzguen a sus actores, protegidos por un sistema de conveniencia que protege y garantiza su impunidad.
¿Por qué acudir a la ética “la parte de la filosofía que trata de la moral y las obligaciones del hombre; ciencia que de manera rigurosa orienta las actuaciones del individuo” (Silié Gatón.) O al pensamiento Aristotélico: “El peor de los hombres es el que por su perversidad daña a la vez a sí mismo y a sus semejantes.” Todo lo que es justo es legal y todo lo legal debe ser justo para ser legítimo.” “Injusto es quien actúa contra las leyes, exige más de lo que le corresponde y quiere introducir la desigualdad entre los hombres.” Por sus obras os conoceréis.
Para qué embrollarnos en elucubraciones científicas y filosóficas y en disquisiciones pidiendo pruebas para aceptar que la corrupción nos arropa. Que tenemos conceptos claros y precisos abonado por Hamlet Herman quien la define como “Enriquecimiento súbito”. Nadie pasa, ni aun en el capitalismo más deshumanizante, de andrajos a la opulencia en corto plazo sin ese formidable aliado: la corrupción.
Cuando el propio Presidente Medina, consciente de ese mal que nos carcome, dijo: “Basta el rumor público para que esos hechos sean investigados y ventilados en justicia.” Ahora pide que lo señalen. La propia Constitución desconfía, Invierte la presunción de inocencia del funcionario público que se enriquece en el ejercicio de sus funciones. Cabría igual a legisladores y jueces inescrupulosos. Y ahí está nuestro ranking mundial, encabezando encuestas internacionales. No es mera percepción.
Habrá que concluir, entonces con el profesor Pedro Muñoz Amato: “Hay países donde el ambiente cultural no ofrece condiciones favorables para que el gobierno sea honrado y eficiente. Se practican impunemente el soborno, la malversación de fondos, y otras formas de corrupción administrativa y no existe en la sociedad un consenso de desaprobación suficientemente articulado e intenso para poner coto a esas irregularidades.”
La sociedad dominicana actualmente vive ese drama. Acusa un grave deterioro. La corrupción ha llegado a verse como una forma natural de hacer fortuna. La permisibilidad de lo ilegal o lo injusto es la regla, el castigo la excepción, siendo todo lo contrario. “Sin el blasón de la moral no es posible vivir en forma honrosa.” (Ulpiano).

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