¿Quién dijo que la fiebre está en la sábana?

¿Quién dijo que la fiebre está en la sábana?

BIENVENIDO ALVAREZ-VEGA
La denominada ley de primarias responde  —a mi juicio—  a una tendencia muy presente en sociedad dominicana de los últimos años y según la cual la  solución a los problemas, a las desviaciones, a los incumplimientos, a la inobservancia de las leyes y de las normas se resuelven con nuevas leyes o códigos. A estas acciones sus propulsores y consultores nacionales y extranjeros les llaman reformas.Ahora le ha tocado el turno a la ley de primarias, una legislación que busca solucionar una actuación interna de los partidos políticos que se pretende atribuir a la falta de una ley como esta.

La ley carece, según los dirigentes políticos que la discuten, del consenso de los partidos. Y es así, anotan, porque la misma fue presentada al Congreso Nacional y aprobada en un santiamén en los días finales de la administración del Presidente Hipólito Mejía.

Se procura, por lo tanto, que la legislación sea sometida a revisión por parte de una comisión tripartita, a los fines de acordar las enmiendas que se estimen de lugar.

En el curso de las discusiones, sin embargo, las principales objeciones provenientes de jueces de la Junta Central Electoral y de dirigentes políticos están centradas en a) la inaplicabilidad de la ley, por complicada, y b) y la cuantía de recursos que la ejecución de la misma se llevaría.

Como debe suponerse, han llovido los distintos puntos de vista y los pareceres, incluyendo los de algunos desorejados que  participan en el debate haciendo uso de su vozarrón y pretendiendo descalificar a quienes no comulgan con su visión de esta polémica y extraña legislación.

Yo estimo, sin embargo, que la cuestión de fondo de esta ley no es si su aplicación es complicada o si cuesta mucho dinero ponerla en práctica. Me parece que quienes la discuten, quienes la sopesan y los ciudadanos en general deberían ir más allá, hasta llegar a la sustancia de la cuestión.

El principal objetivo de esta medida parece que es, según las explicaciones de sus principales defensores y apologistas, terminar con el monopolio del poder y de las decisiones que se registra al interior de los partidos políticos. Se procura –se dice—  devolver a las bases de los partidos una capacidad de decisión que les ha sido usurpada por las cúpulas, o sea, por los máximos dirigentes de los partidos y de sus tendencias o grupos.

Estas argumentaciones suenan racionales y justas, pero no son, a mi juicio, tales. Podría ser que el hecho se esté dando y que las bases partidarias carezcan del poder que teóricamente debieran tener. Sin embargo, esta es una cuestión que habría que discutir con mayores detalles y con mayores datos sobre el comportamiento de los dirigentes de los distintos niveles.

 ¿Por qué decimos esto? Lo decimos porque con frecuencia se atribuyen a las bases de los partidos políticos una inocencia en su actuación que no existe. Las bases son víctimas del prebendalismo, es verdad, pero ellas también buscan, reclaman y piden el prebendalismo. Y, más: saben rechazar y rechazan a quienes, dentro de cada partido, rehúsan recurrir a las dádivas y al clientelismo como una forma de ganar adhesiones y votos. 

 Con frecuencia se olvida que el PEME fue una iniciativa prohijada por el gobierno del PLD para favorecer, principalmente, a su dirigencia media y pequeña en todo el país. Ahí están los documentos. Pero la otra realidad es que esas bases no rechazaron el PEME, sino que lo aceptaron y se beneficiaron del mismo sin que se conociera crítica alguna.

De los reformistas y los perredeistas no hay nada que hablar. En ambos partidos el clientelismo es un fenómeno viejo, acentuado y aceptado como normal por los estamentos de arriba, del medio y de abajo. Quien lo dude que pregunte a los jefes de tendencias o grupos.

Incluso entre los legisladores es así. Ahora, en la campaña para elegir al nuevo presidente del Senado, un distinguido senador sureño dijo a los periodistas que Chu Vásquez había desarrollado un buen trabajo desde la presidencia de la Cámara Alta pero que probablemente perdería las elecciones  —como en efecto ocurrió—  porque él no había sabido darle suficiente “cariño” a sus colegas.

La reorganización de la vida partidaria, el comportamiento de sus dirigentes, la actitud ética de la cúpula, de los directivos medios y de base, la existencia de controles domésticos, la existencia de reglamentos y de plataformas ideológicas no son asuntos que podrán ser suplidos por una ley, sea esta de primarias o de lo que sea. La crisis de los partidos políticos dominicanos, que probablemente sea más profunda de lo que regularmente se admite y proclama, debe ser resuelta por los liderazgos y las militancias de esas organizaciones.

Debe decirse, por lo demás, que las tres principales fuerzas partidarias escogen sus candidatos a puestos públicos o electivos por medio de la votación universal de sus respectivas membresías. Sin embargo, no hay evidencias empíricas de que los resultados sean de mejor calidad política y ética que cuando se hacía por la vía de delegados.

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bavegado@yahoo.com

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