¿Quién nos salvará?

¿Quién nos salvará?

Mientras vivimos una de las peores crisis de nuestra historia republicana que es política, económica y social recordamos nuestro atribulado pasado como pueblo y surge la pregunta de quién será nuestro salvador, repitiendo así un cuestionamiento que los habitantes de esta isla se han hecho en las innúmeras ocasiones en que el destino parece habernos dado la espalda. En ocasiones anteriores, nuestras esperanzas se habían cifrado en el deseo de que alguna potencia mundial viniera a nuestro socorro, ya fuese la Madre Patria u otra nación que viera con ojos de piedad a nuestra bella isla. Desafortunadamente, los potenciales salvadores nunca han compartido con nosotros los mismos sueños e ideales.

Hoy día, hemos cambiado de naciones salvadoras a organismos internacionales, creaciones de las naciones más poderosas para cuidar sus intereses y mantener cierto equilibrio en el escenario mundial. A pesar de las declaraciones altruistas y encomiables de las diferentes instituciones que operan a nivel internacional, el control de las mismas está en manos de las naciones más opulentas. Y para mala suerte de los más necesitados, estas influyentes naciones todavía distan mucho de ser sociedades de ayuda mutua: el ejercicio del poder para su propio beneficio sigue siendo lo que rige la política exterior de los poderosos, no importa cómo se llamen o dónde se encuentren. Después de todo, eso es lo que impone el sistema neoliberal del mercado: maximización de los beneficios propios, sin importar consideraciones de equidad o de justicia, pues una mano invisible se encargará de que las cosas busquen su propio nivel, aunque sea a costa de la miseria de la mayoría de los pobladores mundiales.

Nuestros políticos, grandes culpables de las tribulaciones por las que pasa el pueblo dominicano, parecen más bien marionetas o diríamos testaferros en manos de los grandes intereses financieros que hoy controlan nuestras economías. Aquellos que juraron defender los intereses de la mayoría, se han contagiado también por la fiebre del oro, y sus servicios se encuentran a la orden del mejor postor. Resulta irónico como aquellos que han sido repudiados en las urnas no hace mucho, hoy se presentan como grandes salvadores de nuestra conculcada nacionalidad. Nuestros problemas van mucho más allá de un cambio de rostros o de banderías políticas ojalá fuese así para una más fácil solución a nuestros males. Se requieren cambios que exigen nuevos líderes y funcionarios no comprometidos con un pasado lleno de corrupción e injusticias. He ahí el gran reto de los que pretenden dirigir y enderezar nuestro maltrecho quehacer público: remozar sus anquilosadas estructuras políticas con auténticos servidores públicos, misión harto difícil, pero posible.

Volvemos a señalar, como en una entrega anterior, que el Estado Moderno es Regulador y no Productor de Bienes y Servicios No Esenciales. Lo que más importa en estos tiempos es delimitar el rol del Estado a aquellas actividades que no pueden ser acometidas con equidad y justicia por el Sector Privado, como son la salud pública, la educación, el sistema de justicia y de seguridad ciudadana, la seguridad social, la defensa nacional y el cuidado del medio ambiente. Y muy ligado a nuestro futuro como nación se encuentra el tema haitiano; tema que tocamos a menudo como ejercicio intelectual, pero ahí se queda. ¿Tienen los partidos políticos dominicanos una política haitiana bien delineada que ofrecer a la nación? Política ésta que debe ser el resultado de hondas reflexiones de carácter histórico, político, militar, cultural y económico.

Mientras continuamos en la búsqueda de nuestro próximo Salvador, dediquemos tiempo a reflexionar sobre aquellos aspectos sobre los que sí tenemos algún grado de control, como por ejemplo, exigir la clase de liderazgo político que necesitamos, fortalecer nuestras instituciones familiares y sociales, aportar individualmente a la mejoría de nuestro entorno de trabajo, unirnos con aquellos que piensan como nosotros y, sobre todo, aprovechar la oportunidad que nos brinda la crisis para aprender y crecer como seres humanos sujetos al vaivén de buenos y malos tiempos.

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