¿Quién paga por la descomposición cívica?

¿Quién paga por la descomposición cívica?

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Aún como castigo a causa de la comisión de crímenes atroces, yo, al igual que el Cardenal López Rodríguez, rechazo la implementación de la pena de muerte y favorezco la cadena perpetua, que resulta un castigo extenso en sus horrores, aún en esas cárceles modernas y “civilizadas” que al parecer habremos de tener en el país.

No debemos desimportantizar que la prisión que hizo construir Saddam Hussein en Irak, modernísima y realizada con planificación de expertos internacionales, sirvió para atrocidades suyas y luego de los civilizados invasores norteamericanos. La crueldad cotidiana que se ejerce en prisión significa mucho más horror que el breve acto de cortar una vida con una inyección letal, un ahorcamiento, una contundente descarga eléctrica o un disparo en la nuca al prisionero arrodillado al estilo ruso.

¿No suplican los torturados que los ultimen para que cese el sufrimiento? ¿No se suicidan si tienen la oportunidad? A lo que le temo es a la mala justicia. Digo mejor: a su espantosa aplicación nacional. ¿Cuántos delincuentes que deberían estar tras las rejas no se pasean arrogantemente por las calles, dispendiando abundantísimo dinero que no puede tener otro origen que el delito, el comercio de la droga y la estafa?

Y encima reciben la reverencia social. O la indiferencia apática y cobarde ante la impunidad vendida y comprada.

Si eres millonario, estás bendito. Eso es lo que hay que corregir. Shakespeare escribía que “la bala de oro derriba torre, castillo y ciudad”. Así es. La sumisión humana al rico produce escalofríos…y produce crímenes.

Y produce impunidades.

Yo me pregunto: ¿Esa inmensa ola de crímenes absurdos que nos arropa no tiene como inductor, un beneficio? Las “balas perdidas” que dejaron una secuela de muertes de inocentes criaturas, desaparecieron para darle paso a asesinatos inexplicables, como el caso de la joven Vanessa Ramírez Faña, asesinada el pasado viernes a las puertas de su residencia en la urbanización Cerro Hermoso de Santiago, supuestamente para despojarla de un teléfono celular. ¿De un celular, cuya adquisición legal es cada día más fácil y económica? Luego los asesinos utilizan el artefacto para abonar una deuda por la reparación de una passola (que en mala hora aparecieron) cuyo único grato recuerdo es la escena de “Roman Holiday” en que Gregory Peck pasea a Audrey Hepburn por las calles de Roma.

Luego, todo es dolor. Todo es luto. Todo es espanto.

Voy a confesarme.

Si yo fuese dictador, prohibiría el motoconcho. Las motos serían para una sola persona. Eliminaría todo impuesto a las bicicletas ¿Nuestras ciudades son mayores que las de Holanda, que tienen carriles para bicicletas? ¿Son mayores que laberínticas y multipobladas ciudades de China?

Si yo fuera mandatario y dictador, impondría las bicicletas y los “taxis” movidos a fuerza de pedal y sudor , bueno para la salud.

Esos temibles “deliveris” que zizaguean temerariamente, kamikazes de colmaditos y pulperías barriales, resultan terroríficos. Sus artefactos carecen de identificación, al igual que quienes los conducen, salvo los pertenecientes a empresas internacionales y uno que otro que lleva información publicitaria nacional. Por demás, las motos y sus conductores no cumplen con las “regulaciones” de “la ley”, no portan documentos, ni casco, ni carnet, ni tablilla.

Pero, en realidad, el problema no está en ésto.

Yo no creo que se realicen tantos crímenes y asaltos absurdos, sin que exista detrás un pago.

Me luce que existe un propósito de hacerle daño grave al gobierno de Fernández, creando una inseguridad ciudadana que se va expandiendo hasta el punto de que la población evita las calles. La Policía hace lo mejor que puede, pero se requiere el doble de agentes depurados, limpios, sin historiales delictivos, como los que se encuentran todavía, y que reciban un salario decente.

No es que pretenda yo lo mismo aquí, pero cuando vivía en Londres, el policía a cargo de la manzana donde estaba mi apartamento, vivía en esa amplia manzana y se presentaba a los nuevos inquilinos, dando su teléfono y dirección. Sus rondas diarias las realizaba a pies, y sacudía los manubrios de las puertas a ver si estaban bien cerradas. Igualmente cuestionaba a los extraños.

Estaba entrenado para ser efectivo sin usar revólver o pistola.

El general Santana Páez muestra eficiencia, pero requiere enorme ayuda.

Y es necesario delimitar responsabilidades.

¿Quién paga por la descomposición Cívica?

No se trata únicamente del problema de la droga. Están asesinando indigentes con problemas mentales como la anciana que dormía sobre unos cartones en una avenida de San Francisco de Macorís, ¿qué dinero podría tener para satisfacer la necesidad de comprar droga? Así casos parecidos. Se trata de implantar el miedo público.

¿A quién o a quienes beneficia?

Publicaciones Relacionadas