Quién se come a quién en las cuevas

Quién se come a quién en las cuevas

POR DOMINGO ABRÉU COLLADO
En el interior de una dolina que da acceso a varias galerías y espeluncas, se desarrolla una escena muy común en las entradas de las cuevas, más común todavía cuando se trata de cuevas húmedas y con abundante vegetación en su entorno e incluso en la entrada.

Una culebra se toma todo su tiempo para acercarse imperceptiblemente hasta un sapo, colocar la cabeza casi rozando al batracio, retirarla y avanzar una parte de su cuerpo y cuello hasta darle forma de “S”, de nuevo casi tocando al despistado animal.

Esta vez le da igual por qué parte del cuerpo lo tome. Así, en un movimiento relámpago, casi imposible de ver por el ojo humano, la culebra toma al sapo por la parte media, abdominal, lateralmente, y aprieta hasta dejar sin aliento al animal, que tendrá suficiente tiempo de vida todavía para preguntarse qué sucede, pues la colocación de sus ojos ni siquiera le permite ver la cabeza de la culebra, aunque sí su cuerpo quieto.

Por imposible que parezca, la culebra abrirá tanto la boca que llegará a desencajar las mandíbulas para tener todo el espacio necesario para tragarse entero al sapo.

Las comisuras labiales se extenderán hasta lo inimaginable, y su cuello se distenderá como un globo para dar cabida a una pieza tres veces más ancha, pero esta vez, en la posición que lo está enguyendo la culebra, la pieza demandará unas ocho veces el tamaño normal del cuello de la devoradora.

No ha pasado nada. Solamente el sapo pensará en que una tragedia ha ocurrido. Pero es probable que hasta él mismo se dé cuenta de que esto es totalmente normal. Tan normal como su aletargamiento y tranquilo despiste, que permite a un animal casi quince veces más grande, acercarse sin que se dé cuenta, no obstante los enormes ojos del sapo.

En las cuevas esto pasa a diario, constantemente. El sapo ya anteriormente se habrá comido algunos insectos relativamente grandes, y éstos, se habrán comido antes otros insectos más pequeños, y estos últimos se habrán comido a otros organismos, y así hasta llegar a las bacterias.

Claro que en esta biocenosis de las cuevas, iniciada por animales que no comen nada del interior de las cuevas: los murciélagos, “alguien” saldrá relativamente librado, pero solamente hasta salir del ámbito cavernícola.

Los murciélagos, por ejemplo, que son los responsables de iniciar toda esta vida en el interior de las cuevas, suelen ser víctimas en pleno vuelo exterior de cernícalos y guaraguaos, y probablemente del casi extinto gavilán. Pero además, suelen ser cazados por las culebras grandes cuando en su vuelo hacia el exterior deben acercarse mucho al borde de las salidas de las cuevas, en un movimiento de éstas a veces más rápido que el utilizado para la captura de los sapos.

Pero las culebras también tienen algo que perder cuando se alejan de las entradas de las cuevas. También los cernícalos, guaraguaos y gavilanes “les tienen el ojo echado”, y cuando logran avistarlas al descubierto se lanzan hasta la tierra tras su caza.

Coincidentemente, dos animales que se encuentran en los extremos de una cadena alimenticia muy particular y restringida a la oscuridad, son víctimas de los mismos predadores.

También, ambos animales, culebras y murciélagos, son de los más temidos por los seres humanos, incluso asociados a fuerzas sobrenaturales, aparte de que, por una tercera coincidencia, no son animales de la preferencia alimenticia de los seres humanos, sino de su intención por matar.

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