«¿Quién tiró la yipeta al mar Caribe?”

«¿Quién tiró la yipeta al mar Caribe?”

POR MARIANNE DE TOLENTINO
Si nos preguntaran cuál ha sido la mejor exposición personal dominicana del año, según se solía hacer al llegar el mes de diciembre, responderíamos, sin necesidad de pensarlo mucho: “¿Quién tiró la yipeta al mar Caribe?”, presentada por Limber Vilorio en el Museo de Arte Moderno. Añadiríamos que, con exposiciones y obras como ésta, el arte contemporáneo podría progresar decisivamente en la receptividad del público.

Los argumentos escuchados en contra del arte de avanzada son que su lenguaje no se entiende, que cualquiera, hasta un niño, podría hacer igual, que es chocante e impone la grosería de expresión, que descuida la realización y los valores estéticos, etc….etc.…etc. Y a veces el espectador  tradicionalista no deja de tener razón.

Ahora bien, ante la exposición generosa de ese artista joven -que ocupa, mediante una museografía a la altura de su trabajo, el sótano completo- las objeciones se caen, a menos que se trate de una mirada obtusa y recalcitrante. En cada medio que él aborda, en cada material que somete a su gusto, a su modo, Limber Vilorio demuestra tal  perfeccionismo y  meticulosidad  que  convierte el artefacto en una pieza de colección.

No es un logro nuevo, ya que sus exposiciones previas y sus distinciones en bienales lo ratifican, pero, en nuestra opinión, este conjunto de obras, a la vez tan diversas y tan coherentes, marca superioridad y  riqueza técnica en relación con lo anterior, sin embargo buenísimo. Por otra parte, y se ha dicho bastante,  Vilorio, desde la adolescencia, se ha adueñado de la academia, y cuando decidió ser un artista de su tiempo, conservó el rigor clásico, transferido a la imagen contemporánea.

Limber Vilorio entre virtuosismo, polivalencia y compromiso

Dibujo, fotografía, video, pintura, escultura, objeto, instalación, cada una de estas categorías ha sido ejecutada y llevada a un nivel de extrema pulcritud por el artista.

La  primera gran virtud del artista, respecto al concepto desarrollado, consiste en haber mantenido su compromiso… desde su  performance del escafandro para andar en la ciudad, que selló tema y tesis, ¡cada vez más punzantes y radicales… a medida que se agrava el problema de la circulación! Nuestra tragedia diaria, vivida en las calles de Santo Domingo, ciertamenta alimenta in crescendo a los  múltiples hallazgos de un creador inagotable. Y en el centro de esa vorágine, gestora de excelencia gráfica, pictórica y escultórica, se encuentra “El peatón es un perro” -aquí, en medio de una goma, la foto revulsiva, signo y símbolo, de un perro muerto, atropellado y mutilado-. 

La mirada crítica se desplaza de las desgracias del caminante a las del automovilista, verdugo y víctima también en esa cultura del caos urbano. Ahora bien, a través de la crisis del transporte, los transportistas y los transportados, no será un juicio más amplio, una gran metáfora de la sociedad dominicana en general? La visión implacable de Limber Vilorio finalmente no se ha aligerado: la figuración refinada -en exquisitos trazos-, el humor y la sonrisa -que triunfan en los personajes “mufflers”-, la seducción poética -en las miniaturas cuasi transparentes de poliuretano- son anzuelos… para que absorbamos el mensaje del drama cotidiano.

Siempre nos sorprende ese don polifacético del artista, dominando todos los materiales, que le permite trabajar, con la misma virtuosidad y sin el menor desliz cualitativo, en escultura e instalaciones, en dibujo y pintura, en la fotografía y las imágenes en movimiento. Y a esas herramientas -¡nos encontramos en el sector de la mecánica y la industria trasmutadas!- de índole visual, él puede agregar el sonido estrepitoso y tremendamente agudo, la escritura donde la letra complementa tremendas fantasías ‘dibujísticas’ o se hace eco de letreros populares. No tenemos que recordar la profundidad de una investigación sociológica, que  convierte el arte en un llamado a la consciencia individual y colectiva.

Los dibujos -casi siempre crueles- demandan una lectura que, en la hoja blanca, llega más allá de la seducción de la elegancia, la meticulosidad, el escrúpulo de la línea y los contornos. La ficción sobrepasa a la realidad, mediante una distorsión de los “modelos”, sólo posible en un dominio magistral de las morfologías. Y subliminalmente la condición humana -peatones, conductores, pasajeros confundidos- se encuentra sepultada en aquellos círculos tan geométricos como carnales. Limber Vilorio, declinando una representación polisémica, es un dibujante extraordinario. Respecto a la pintura, lo lírico, lo cromático, lo espacial, se integran indisociablemente, aunque la “preciosidad”  formalista sobresale.  El artista, a quien definían fundamentalmente como un escultor, ha seguido un proceso creciente de madurez en sus trabajos tridimensionales, cada vez más pulcros y acabados, como lo testimonia la serie del hombre-muffler/ 3era generación, una hazaña del ready-made. ¡Cada pieza, dotada de un texto chispeante de Iván Miura, solicita que analicemos (y disfrutemos) sus componentes, sus grafismos, sus injertos, sus materiales! Se ha vuelto una pequeña estatua de la contaminación y la deriva…, pero en la expresión plástica más actual. Aunque el espacio nos falta, debemos mencionar la increíble carrocería incrustada de 210 000 casquillos de balas (¡los polígonos de tiro constituyen una fuente de abastecimiento!), los cascos de (in)seguridad, el diseño voluntariamente inacabado en el piso, con esos mismos elementos reales-simbólicos, siendo las obras tratadas hoy con una estética perfeccionista.

La dimensión poética alcanza su clímax en los carritos miniaturizados de poliuretano, a modo de juguetes encantadores, de colores y tonalidades maravillosos, que construyen instalaciones evocadoras del mar Caribe… o de confites engañosamente tentadores, sin olvidar una misteriosa fila blanquecina ¡que insertó cabellos del artista!. La vertiente lúdica nunca falta en la creación de Limber Vilorio.

Esta exposición, totalizante en sus medios, singular en su temática, fuertísima en su caudal de reflexión, ameritaría una prolongada visita guiada por el propio autor. ¡Cuántas cosas  más nos diría entonces Limber Vilorio!

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