¿Quiénes somos …hacia dónde vamos? (1)

¿Quiénes somos …hacia dónde vamos? (1)

POR MINERVA ISA Y ELADIO PICHARDO
Las manecillas del reloj del desarrollo marcan una hora crucial, la hora de contener la crisis moral, espiritual y material que abate a los dominicanos y a la dominicanidad, de frenar el desatino o de precipitarse hacia la disolución de un país atrapado por décadas en una cultura de ilegalidad, corroído por la corrupción y la impunidad, que apenas despierta de la pesadilla de un cuatrienio de sobresaltos económicos y perturbaciones políticas y espantos sociales.

Un poco más y será tarde. Llegó la hora de detener la irracional destrucción de nuestro hábitat, la deforestación que extingue bosques y aguas, la hora de renovar un modelo seudodemocrático plagado de inequidad y de pobreza, de combatir la ola de violencia y criminalidad, la laxitud de una sociedad que reniega de la austeridad que, desprovista de sus esencias tradicionales, sucumbe a las tentaciones del relumbrante mundo material sin la base productiva que haga sostenible sus aspiraciones desbordadas. Es tiempo ya de hacer un alto en la carrera desenfrenada del inmediatismo y el oportunismo, de deponer la pasividad ante la conculcación de los derechos ciudadanos y la usurpación del patrimonio nacional, la permisividad que posibilita a los políticos repartirse cada cuatro años el botín del Estado.

Impunemente, los dejamos hacer y deshacer. Aferrados cotidianamente a la lucha por la sobrevivencia, cada vez más álgida, acorralados en sus parcelas de necesidad o de ignorancia, de individualismo o de negligencia, los ciudadanos no les exigen una rendición de cuentas.

El ritmo regresivo del desarrollo material y espiritual se aceleró desde finales del 2002 por la conjunción de crisis en diversas dimensiones que se entremezclan y yuxtaponen: económica, política e institucional, ética y moral, que exacerbaron rancios males, generaron nuevas lacras y acentuaron la descomposición social.

La explosiva combinación de crisis de carácter coyuntural y estructural detonó por la perniciosa alquimia de rapacidad e ineptitud, la incompetencia que las pasadas autoridades llevaron a cotas superlativas, junto a una depredación despiadada de los bienes del Estado.

Como una ríada, el déficit institucional, la persistente burla al ordenamiento jurídico barrieron con la estabilidad y la confianza, destruyeron la macroeconomía y acrecentaron la pobreza, la emigración y la devastación ambiental. Se erosionaron principios y valores éticos y morales, enraizó la corrupción haciendo del ciudadano honesto un especimen en extinción.

Las manecillas del reloj marcan la hora de la reflexión, de hacer una introspección y responder como país las clásicas preguntas existenciales: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos?

¿QUIÉNES SOMOS?

Somos una democracia de papel de alta volatilidad que en el caos y violencia imperantes cualquier chispa enciende, una república regida por una Constitución sistemáticamente violada, inacatada, ignorada, que más de siglo y medio después de su independencia no ha conquistado la plena autonomía, y se debate entre la liberación nacional y la subordinación al poder extranjero. Una nación tercermundista regida por un modelo sociopolítico carente de tradición institucional, un híbrido entre el autoritarismo y el libertinaje.

Un país de enorme brecha tecnológica, vapuleado por un voraz mundo global, que ha vivido consumiendo lo que otras naciones producen, desde ideologías y recursos tecnológicos hasta bienes y servicios. Un país anclado en el subdesarrollo, de mentalidad isleña y débil autoestima, marioneta al compás de los titiriteros foráneos.

Dominados por la inercia mental, no desarrollamos la creatividad y la capacidad de raciocinio, copiamos, adaptamos, acomodándonos a las directrices de los organismos internacionales. Nos perpetuamos como nación importadora de cerebros y exportadora de mano de obra, más de un millón de dominicanos en exilio económico, cuyas remesas en dólares nutren nuestra vulnerable economía.

Conformamos un Estado centralizado, con una administración anacrónica, instituciones obsoletas que datan de la primera intervención norteamericana y de la tiranía trujillista. Un régimen presidencialista, marcadamente personalista, con una excesiva y riesgosa concentración de poder que el artículo 55 de la Constitución de la República confiere al Presidente, sin garantías de que sea una persona ecuánime y juiciosa.

¿Quiénes somos? Ocho millones y medio de habitantes gobernados por una élite económica, política y militar de ambiciones desmedidas que secularmente ha supeditado sus intereses al bienestar nacional, el fruto de la ineficiencia y la corrupción de políticos venales que canalizan sus apetencias a través de partidos regidos por un desmedido laissez faire y un pragmatismo salvaje que motoriza sus ciegas ansias de poder.

Somos el despojo de empresarios insaciables que perpetúan la inequidad social, configurando el primero de dos círculos que atrapan a la mayoría de la población en la pobreza, uno interno, inherente al sistema social dominicano, otro externo, surgido de las desiguales relaciones Norte-Sur.

Una nación de exclusiones y privilegios, inmersa en un pretendido postmodernismo a la par con necesidades primarias insatisfechas, actitudes sociales, comportamientos políticos y sistemas productivos del siglo XIX. País de contrastes, de parábolas y jumiadoras, de apagones iluminados con velas que carbonizan infantes en las llamas de un descuido.

Una sociedad desarticulada, disgregada, un pueblo sin organizaciones sociales ni agendas, sin sentido de nación ni visión de futuro. Carecemos de políticas de Estado que trasciendan las diferencias partidarias y las alternancias de gobierno, cánones ni grandes lineamientos a seguir independientemente de quienes detenten el poder. No nos guía una planificación a diez o veinte años, y una vez más iniciamos una nueva administración sin una perspectiva trazada por un proyecto de nación, sin dar continuidad a un plan nacional de desarrollo ni proseguir metas decenales, programas emprendidos por sus antecesores.

Nuestra miopía política nos impide tener una visión de Estado que permita a las autoridades de turno asumir la fase que les corresponde dentro de un proceso de desarrollo de amplias miras, en vez de incursionar interesada o antojadizamente en las más rentables de corto plazo.

Domina la improvisación, lo coyuntural, el inmediatismo. Los planes gubernamentales abortan en el papel, nacen y mueren cada cuatro años perpetuándose acentuados los añejos problemas estructurales que se repiten en los programas de gobierno como copias al carbón, testimoniando la incompetencia para resolver el secular y creciente déficit en salud, educación, electricidad, vivienda, agua potable y saneamiento ambiental, cuya solución exige sistematicidad, una permanencia de medidas y recursos, no meramente con efectos demagógicos, populistas.

Las manecillas del reloj marcan la hora de frenar ese empezar de nuevo que nos impide avanzar. Con cada gobierno, el país vuelve desde cero, pierde la continuidad en las obras y el potencial humano, la inversión social, económica y financiera en la formación del personal, preparación y ejecución de políticas.

¿DE DÓNDE VENIMOS?

Hurguemos en la memoria histórica, miremos hacia atrás, nuestros ancestros taínos extinguidos por la poderosa e inextinguible fuerza colonizadora, la desamparada Colonia con su agonizante España Boba, los sobresaltos en 160 años de vida republicana entre revoluciones y el yugo de gobiernos despóticos. Una sucesión de administraciones “tiranas y rapaces” que despojaron al pueblo y le quitaron “el fruto de su sudor”, como en 1857 proclamó el manifiesto de la insurrección del Cibao, enfatizando que mientras el sector hatero lidereado por Santana o del deshonesto grupo baecista detentaran el poder, los fondos del Estado sólo servirían para enriquecer las camarillas de turno.

Eso se perpetuó, y somos hechura de la autocracia balaguerista, de un régimen que decapitó a líderes emergentes y enraizó la compra de conciencias, la corrupción reproducida por gobiernos sucesivos, como el de Hipólito Mejía, en el que el desenfreno alcanzó cimas insospechadas, convirtiéndose en una doctrina de Estado.

De Santana a Mejía arrastramos la herencia del autoritarismo y la anarquía, del caudillismo y de la montonera que consumía las energías de la nación. Días convulsos, dos golpes de Estado abatieron en 1884 a la naciente República, años de inestabilidad reflejada en los cambios constitucionales de 1854, la revolución de 1857 y contrarrevolución de 1858. Tiempos de violencia política, apenas se instalaba un gobierno para que uno de tantos generales se alzara al monte a combatirlo.

La aleccionadora historia no permite el olvido, la manigua desencadenó el imperio de la fuerza, impuso desde 1887 la tiranía de Ulises Heureaux, doce años de desaciertos financieros -reeditados por la gestión de Mejía-, de despilfarro y estafas al Estado, empréstitos y acuñaciones monetarias sin frenos legales ni morales. Las acreencias económicas anudaron la dependencia externa, se consolidó la economía agroexportadora con la industria azucarera, arrebatando Norteamérica a Europa la hegemonía del comercio exterior dominicano. Los cañaverales cubrieron el país hasta los años ochenta del siglo XX, justo una centuria después, segados por la competencia en el mercado norteamericano del sirope de maíz, que todavía amarga nuestro azúcar.

Precedida de paralizantes crisis políticas y económicas, de revoluciones y la intervención de 1916, la dictadura retoñó en 1930, treinta años de crimen y terror que aprisionaron a la nación en el miedo cerval que degrada a los pueblos. Con la tiranía trujillista abortó el desarrollo de un liderazgo democrático que a la caída del régimen marcara el norte a una sociedad abierta. Los dirigentes del relevo no entendieron la clave de la liberación, no hubo una energía liberadora que encauzara la renovación social.

Los líderes de la oposición estaban empantanados, sólo conocían la cartilla trujillista, el autoritarismo. La revolución francesa, acrisolada tras la independencia norteamericana –dice el sociólogo Frank Marino Hernández– no pudo expresarse aquí casi dos siglos más tarde como una bocanada de aire fresco que revitalizara y le diera sentido a la ruptura con la dictadura y el pasado.

—Eso se ha perpetuado, los dominicanos, quizás por estar tan lejos de Dios, de los valores tradicionales que sirvieran de fundamento ideal si no práctico, pero de referencia obligada a qué éramos, qué queríamos y qué debíamos ser, nos fascinamos con el dólar, con el materialismo, con la concupiscencia propia de los seres humanos. Y nos hemos quedado lejos de Dios y muy cerca de los Estados Unidos, pero sin su disciplina y el sentido económico que tuvo una clase trabajadora, una clase inversionista con los ideales del protestantismo.

Parafraseando a Octavio Paz, Hernández describe el contexto en que se produjo la crisis, los males de una nación que perdió sus valores tradicionales, la referencia de lo divino, y se encuentra desprovista de esa base frente al “desafío americano”, a las tentaciones de los logros materiales. Y nos hemos convertido en consumidores y añoradores de un consumo conspicuo, para lo cual no hacemos ningún esfuerzo productivo que lo justifique.

¿HACIA DÓNDE VAMOS?

Como barco a la deriva, extraviamos el norte, navegando sin saber nuestro destino. Obnubilados, miramos el futuro con desconcierto, la falta de fe alejó las posibilidades de vivir en una mejor nación, el país que aspiramos.

El colapso institucional, catapultando una aguda crisis sin recientes paralelos, trazó una perspectiva sinuosa con caminos bifurcados: hacia un lado, la consolidación democrática, la disciplina y la austeridad, el respeto a la Constitución y a las leyes. Hacia el otro, el históricamente seguido por los gobiernos nacionales, el de la falta de institucionalidad, el patrimonialismo, asistencialismo y clientelismo, la corrupción, el manejo irresponsable y alegre del gasto estatal. Un sendero espinoso, peligroso, que indefectiblemente conduce a la anarquía social y al autoritarismo, a la pérdida del estado de derecho.

¿Por dónde nos llevarán las nuevas autoridades? Recae en el actual gobierno peledeísta la histórica misión de reencauzar al país en esta hora decisiva, aunque el rumbo que tomemos es una tarea mancomunada, una responsabilidad de todos. ¿Sucumbiremos o emergeremos fortalecidos de la crisis? Es la gran incógnita, la disyuntiva en este momento crucial que nos insta a poner un dique al desenfreno, a potencializar la inteligencia, imaginación y voluntad, tiempo y esfuerzo, a desplegar nuestras energías creadoras.

Las adversidades templan el espíritu y acrisolan la voluntad o devienen en una degradación moral que conduce al envilecimiento. Una nación puede claudicar ante una crisis o salir fortalecida si gana conciencia de su responsabilidad y de su destino, ingeniándose en la búsqueda de nuevas formas de subsistencia, despertando cualidades que en situaciones normales quizás no aflorarían. Podría lograr mayor cohesión social o desintegrarse por falta de una base moral y terminar en un inexorable descarrilamiento, inclinándose por conductas desviadas y quedar atrapada en la violencia, la corrupción y múltiples manifestaciones delincuenciales.

Podría hundirse más en la dependencia y la incapacidad o asimilar experiencias de la crisis y evitar recaer en errores pasados, aprovechar la coyuntura para optimizar el uso de sus recursos humanos y materiales en un esfuerzo impulsado por una poderosa voluntad colectiva.

Debemos ser y hacer. Forjar un nuevo orden institucional, político y económico, buscar otros caminos abiertos por manos dominicanas que impliquen soluciones de raíz, no las más cómodas y rápidas trasplantadas de otras latitudes como condicionantes de préstamos.

¿Hacia dónde vamos? La respuesta que se dé a la crisis a nivel personal, familiar y de nación perfilará nuestro destino. Llegó la hora de emprenderlo por la senda correcta, de deponer el pesimismo paralizante y sacudirnos de la abulia que nos amodorra. La hora de reencauzarnos hacia una plena democracia, la redefinición y renovación de los añejos moldes del Estado y la formación de auténticos ciudadanos, de comenzar a construir el futuro, edificar una nueva sociedad, el país que queremos.

¿CUÁL ES EL PAÍS QUE QUEREMOS?

HOY indaga, hace una consulta ciudadana, entrevista a sociólogos, antropólogos y economistas, sicólogos, educadores, religiosos e historiadores. Tras una radiografía de la crisis, sus causas y efectos, enuncian los correctivos pertinentes, jerarquizan prioridades enfatizando en la educación y el fortalecimiento institucional, en cuya precariedad detectan el germen del caos en que nos sumergimos. Sus opiniones aparecerán en esta serie de artículos sobre el impacto de la corrosiva simbiosis de problemas coyunturales y estructurales, la agudización de viejos males postergados por decenios.

PRIORIDADES

  •  Consolidar la institucionalidad.
  •  Recobrar la estabilidad macroeconómica y el crecimiento.
  •  Combatir el desempleo y la pobreza.
  •  Detener la degradación ambiental.
  •  Frenar la corrupción, la cultura de ilegalidad y la impunidad.
  •  Aumentar la cobertura y calidad en salud y educación.
  •  Emprender una lucha sistemática contra la delincuencia, atacando sus raíces.
  •  Normatizar la migración haitiana.
  •  Enfrentar la crisis energética, retranca del sistema productivo.
  •  Rescatar los sectores productivos, elevar la productividad y la competitividad en la agropecuaria y la industria.

FRANK MARINO HERNÁNDEZ, SOCIÓLOGO:
La globalización nos colocó en el centro informático y comunicacional de la geografía mundial, a la altura de París, Washington, Londres, pero a la vez acrecentó la brecha entre ricos y pobres, expandió la pobreza. Estamos engolfados en una sociedad post atómica, pero con unos rudimentos propios de la sociedad taína, todavía muy primitivos.

JORGE CELA, SACERDOTE:
Si no empezamos a hacer cambios, la situación se deteriorará más, y si comenzamos ahora dentro de unos años veremos los frutos. Hay urgencia de enfrentarla, pero con la paciencia de quien sabe que no cosechará al día siguiente de sembrar, es un proceso que tenemos que asumir con visión de futuro. No desanimarnos por las dificultades.

FRANCISCO JOSÉ ARNÁIZ , OBISPO EMÉRITO DE STO. DGO.:
Hay que hacer algo, y se puede hacer porque otras naciones lo han hecho, han salido depeores hoyos que los nuestros, o sea, menos criticar y más colaborar, menos ideas negativas y más ideas positivas, que se recurra a los hombres grandes, a los pensantes, a los expertos, y capacitar a la gente para eso.

JOSÉ SILIÉ RUIZ, NEURÓLOGO:
En Haití no hay gobierno porque no actuó a tiempo. Como paciente, nuestro país todavía es salvable si se toman los correctivos: fortalecer las instituciones y respetar las normas éticas y morales, perfeccionar el Estado y una responsabilidad colectiva. Si cada uno la asume, la supervisión será mejor y cada pecado social será castigado.

AMPARO CHANTADA, GEÓGRAFA:
El país necesita una modernización urgente de todas sus instituciones a la luz de la democracia, que haya más agilización burocrática y la integración y participación de todos en la gestión pública. Eso implica descentralización de todos los organismos del Estado para integrar las potencialidades de cada zona.

ISIDORO SANTANA, ECONOMISTA:
Insistir en una sociedad más justa, en que el Estado cumpla su función para tratar de que los pobres sean menos pobres, para que el hecho de ser pobre no implique la negación del acceso a determinados derechos, bienes y servicios. Eso es un problema de política económica, de política social y de justicia.

RAFAEL TORIBIO, POLITÓLOGO:
Hay que reclamarle a nuestra clase política menos pragmatismo salvaje. Se ha impuesto que todo vale, el político busca exclusivamente las conveniencias inmediatas, aunque suponga desconocer los intereses de la nación. Pero no solamente se ha llegado a hacer eso, sino a defenderlo y proponerlo, y ese pragmatismo nos puede llevar a la destrucción.

ROBERTO CASSÁ, HISTORIADOR:
Los procesos políticos de democratización saldaron en el fracaso porque no crearon una democracia consistente y no contribuyeron a la equidad social. Seguimos arrastrando una sociedad polarizada entre una mayoría pobre y una minoría próspera, hasta la crisis en expansión cuantitativa, que se redujo inclinando la balanza de la polarización en sentido regresivo.

TEODORO REYNOSO, PASTOR EVANGÉLICO:
Tenemos que fortalecer profundamente los instrumentos que nos ayuden a detener el flagelo maligno de la corrupción, y pienso que los gobiernos y el sistema jurídico tienen que fortalecerse, muchas veces se trata con impunidad a los que roban millones y con crueldad a gente que toma una mano de plátano o un pollo.

MARISOL VICENS BELLO, EMPRESARIA:
Lo ideal sería que esta nación esté gobernada por personas que la amen, que tengan ideales y luchen por esos ideales, y vayan al gobierno para servir y no para servirse. Personas capacitadas, conscientes de los problemas de la nación y que estén claras en los objetivos que como nación tenemos que enfrentar.

JOSÉ ANTINOE FIALLO, CATEDRÁTICO:
Debemos reestructurar el Estado para actuar eficazmente y resolver los problemas, pero tenemos un Estado clientelista, ineficaz, que no piensa en función de las realidades cotidianas. Pensar el país de manera diferente significa que lo que se haga esté directamente asociado a las condiciones de la gente, a solucionar sus problemas.

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