¿Quiere una predicción atrevida para 2017? No va a cambiar nada

¿Quiere una predicción atrevida para 2017? No va a cambiar nada

Satyajit Das

Habitualmente, a final de año los comentaristas reflexionan sobre los temas emergentes que posiblemente vayan a dar forma al futuro. Estos pronósticos generalmente ignoran el historial mediocre de los profetas. El consenso actual identifica dos temas para este nuevo año: el auge del populismo y la reflación, es decir, un mayor crecimiento y el regreso de la inflación.
Los dos temas están relacionados. Ante el temor de una caída del nivel de vida para la mayoría, el electorado ha sucumbido a explicaciones simplistas de los problemas que aquejan a muchas sociedades y economías occidentales, y han apoyado a candidatos con soluciones mágicas, que prometen un restablecimiento rápido e indoloro de la prosperidad.

Casi con toda certeza van a quedar decepcionados. El alcance y complejidad de las sociedades modernas, los arraigados intereses privados, y unas instituciones anquilosadas por poderosas fuerzas opuestas dificultan cada vez más unas reformas radicales, incluso ante el descontento generalizado. Casi con toda probabilidad, poco va a cambiar en 2017.

Los que predicen un auge de la ola populista han citado la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, la votación en el Reino Unido a favor de una salida de la Unión Europea y el rechazo de Italia a las reformas constitucionales como acontecimientos precursores. Las elecciones de Holanda, Francia y Alemania este año, dicen, darán impulso a esta tendencia preocupante. Los candidatos políticos extremistas ganarán apoyo por su oposición radical a la globalización y a la inmigración.

Estos miedos subestiman el poder del status quo.

La promesa del presidente electo estadounidense de “drenar las ciénagas” de la política podría convertirse en la primera promesa populista en quedar expuesta. Trump necesitará de operativos con experiencia para gestionar las exigencias prácticas de su gobierno. Tendrá que trabajar con instituciones establecidas para que aprueben las políticas que prometió. Estas políticas exigirán un vuelco a unos intereses políticos profundamente arraigados. Dar marcha atrás al libre comercio y recuperar empleos será una tarea lenta, y quizás imposible. Forzar el cambio en cadenas de suministros mundiales y modelos de negocios complejos podría resultar aún más difícil, especialmente si las empresas estadounidenses tienen voz en el asunto.

Igualmente, puede que el Brexit no resulte ser una ruptura tan radical como muchos votantes esperaban. El progreso del gobierno británico en cuanto a un distanciamiento de la Unión Europea ha sido mínimo. La amenaza a la unidad de Gran Bretaña, los imperativos electorales nacionales, los intentos desesperados de la Unión Europea de mantener la unidad si Italia y Francia albergan la idea de una salida y nuevas crisis de seguridad o políticas podrían diluir o incluso anular el resultado del referéndum.
En Italia, una vuelta del ex primer ministro Matteo Renzi, que dimitió tras apostar su carrera al referéndum sobre la Constitución italiana, no es inconcebible.

Ante las dificultades de los nuevos líderes para responder a las expectativas populares, la desilusión comenzará a propagarse y el camino más probable será el de Grecia, donde la suerte de Syriza, el partido radical que llegó al poder en 2015, ha sido moderada por las realidades de la gobernanza y el desvanecimiento de unas esperanzas poco realistas.

La creencia en la narrativa de la reflación está igualmente equivocada. Ésta también presupone que los políticos de hoy son capaces de tomar decisiones difíciles. La idea es que unos recortes de impuestos inminentes y el gasto del nuevo gobierno en infraestructura, supuestamente financiado por déficits, pronto conseguirán acabar con años de estancamiento. Trump ha prometido tal agenda, y los políticos en Europa y Japón lo observan de cerca.

Pero estas medidas propuestas no son esencialmente distintas de las que se han intentado en los últimos ocho años, y que no han conseguido espolear el crecimiento o dar un impulso significativo a la inflación. También ignoran los problemas que conllevan unos niveles altos de deuda y las existentes presiones fiscales derivadas de una población en envejecimiento.

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