Quiero ser un experto internacional

<p>Quiero ser un experto internacional</p>

EMIGDIO VALENZUELA MOQUETE
“El secreto del éxito en la vida de un hombre está en prepararse para aprovechar la ocasión cuando se presente”. Disraeli.

Porque al igual que el hombre aquel que en cuatro años destruyó el país, me gusta “el carguito”; tengo dos razones que me inducen aspirar a la condición de experto internacional.

La primera de ellas es que desde siempre mi vocación fue ser abogado y algunas personas que tenían la creencia de que yo podía llegar a ser “algo” me decían que yo era “buen abogado”. Pero no habiendo llegado a ser “nada”, desde hace un tiempo esa lisonja no acaricia mis oídos. Siendo sincero -no lo voy a negar- para seguirme superando, a manera de estímulo mucha falta que me hace.

Antes de pasar a exponer la segunda razón, que entiendo con la mayor modestia me avala para que con agrado de mi parte se me ascienda al rango de experto internacional, debo hacer una breve digresión para explicar de manera sucinta por qué no he llegado a ser “nada”. Mis padres (papi y mami) me criaron para que fuera una hombre honesto (oigan eso), serio (reírse era signo de no respetarse) y de buenas maneras. En pocas palabras criaron un inadaptado.

Desaparecido mis padres a edad avanzada (que Dios los tenga a su diestra) para superar en algo mi inadaptación al medio, he decidido “buscármela” y en horario sabatino, en una universidad cuyo nombre no me viene a la memoria, tomo un entrenamiento (no post-grado ni maestría), encaminado no a “curtirme” bajo el palio del dictado maquiavélico de que “el fin justifica los medios” (líbrame Dios; ofendería la memoria de mis padres). Se trata de un aprendizaje algo más ligero, más o menos de un cursillito destinado a “pulirme” en ese atributo característico de que “el acero se dobla pero no se rompe”. En ese tenor en su momento estaremos dispuestos a recibir “ofertas” discretas, no escandalosas, que salpiquen la transparencia de nuestra imagen preservada para honra de la memoria de mis padres.

Ahora paso a explicar la segunda razón por la cual creo merecerme el título de experto internacional. Tengo un buen manejo de mi idioma que es el español; lo hablo con fluidez y envidiable coherencia (perdonen que sea yo mismo el que lo reconozca, pero es así. Mis propios hijos, que me reconocen pocas cosas, en ese sentido están contestes. Además, hablo mucho y digo poco, soy una especie de encantador de serpientes, o sea mucha espuma y poco chocolate. Poseo en gran medida una condición sine qua nom en todo experto internacional: planteo problemas y no doy soluciones.

Luego de reunidas las condiciones que acrisolan al experto internacional en mi caso particular, agrego una que me hace distinto y es que sólo voy a recibir mi salario (eso sí, que sea jugoso). No voy aceptar de ninguna manera dieta, gastos de representación, viáticos ni otro incentivo, sin importar su naturaleza u origen.

De los expertos internacionales lo que más me atrae es el glamour y la empatía que la caracterizan. Tienen un toque de “no se que” que no adorna al mortal común y en los salones en los que se pasean para mostrar su enigmática y gallarda figura, son respetados por todos sus coetáneos, como si se tratara de seres de otra galaxia.

Total, pese a la proliferación que existe de expertos internacionales, el balance de la situación mundial en términos sociales, políticos, económicos y ecológicos no puede ser peor, de modo que adicionar un experto internacional, aún fuere de mi quilate, no creo que dañe, pues no haría variar ese balance, aunque para mi beneficio personal -debo admitirlo- el logro de ese escalafón como a todos los que pertenecen a ese círculo privilegiado, me permitiría materializar el sueño de toda mi vida: trabajar menos y vivir más, que a fin cuentas es el ideal de todo holgazán que se respete.

De todas maneras aunque no creo que con la hoja de vida que exhibo haya dificultad en admitirme, para el caso de que por cualquier motivo no sea aceptado en el exclusivo círculo de los expertos internacionales, ya sea por envidia o por cualquier otra circunstancia prevista, estaría dispuesto a transarme por un doctorado Honoris Causa.

Gracias por leerme. En mi pretensión, porque creo merecérmelo, cuento con tu incondicional apoyo.

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