A finales de marzo del año 1492 los Reyes Católicos españoles, azuzados por el troglodita monje Tomás Torquemada – El Gran Inquisidor – firmaron el Edicto de Granada para expulsar miles de judíos de la península Ibérica. Más de 150,000 judíos se vieron forzados a abandonar España entre el 31 de marzo y el 31 de julio de ese año. Eso, sin contar que más de dos mil habían sido quemados en las plazas públicas entre el año de 1480 y 1492.
Ese año empezó en grande para los Reyes Católicos, el dos de enero, expulsaron al último rey árabe de la península (Boabdil) después de casi 700 años de los moros haber conquistado parte de la misma. A mitad de año, el cardenal español – Rodrigo Borgia – ascendía al trono de San Pedro en Roma como Alejandro VI, mientras Cristóbal Colón “descubría un nuevo mundo”. Eran épocas de cambios turbulentos en la península.
Cuenta una leyenda que los judíos expulsados después que sus ancestros habían vivido más de mil años en la provincia ibérica, hicieron copias de las llaves de sus hogares. Esas llaves, al igual que la lengua ladina que se llevaron, les sirvió de sostén simbólico a la esperanza de regresar un día a su querida Sefarad (España en hebreo).
La gran mayoría de ellos se refugiaron en Estambul. Hace unos años, cuando visité esa ciudad en Turquía, nos enseñaron “el cementerio judío” ahora en el mismo medio de la ciudad. Los turcos, lo exhiben como un patrimonio de la nación y lo muestran como un símbolo de la convivencia religiosa.
Ese horror histórico de la expulsión de los judíos ha sido reparado por el Gobierno de España con la ley aprobada el año pasado que puso fin a la vigencia formal de aquel perverso y remoto documento. La legislación aprobada por las Cortes – Congreso español – les concede la ciudadanía espa ñola a los descendientes de los judíos expulsados en el siglo XV. Se estima, que sólo en Israel existen 3.5 millones de potenciales beneficiarios de esa nueva ley.
Falta ver ahora, si los descendientes quieren regresar, pues el panorama económico en Israel es mejor que el de España.
Pues así de extrañas e irónicas son las cosas de la vida muchas veces.
En realidad, el precursor de corregir ese desacierto histórico fue el pasado rey de España Juan Carlos I, cuando en el año de 1992, al celebrarse los 500 años del descubrimiento de América, dijo con gran altivez, “no debemos decir que los judíos de Sefarad se sienten como en casa, porque los hispanos judíos están en su casa”. Era importante la firmeza y elocuencia del rey en este tema, pero faltaba algo, y ese algo fue la ley que se pasó 21 años después de la alocución del Rey.
Me pregunto a veces, ¿Por qué a nosotros los humanos nos toma tanto tiempo reparar errores históricos tan elementales? Esto me recuerda otro caso tan simbólico como el anterior. Al comienzo del decenio de los noventa del siglo pasado nuestra “santa” Iglesia Católica pidió perdón y reconoció que Galileo Galilei tenía razón cuando formuló su teoría heliocéntrica, donde probó, entre otras cosas, que la tierra gira alrededor del sol y no lo contrario como se creía a principios del siglo XVII.
Por decir y sostener esa verdad absoluta, el científico más ilustre que ha dado la historia de la humanidad le tocó cárcel, la cuál cumplió en su hogar. Tuvieron que pasar más de 400 años para que la Iglesia cambiara su absurda posición.
En los tiempos de reclusión que estuvo aislado en su hogar, Galileo desarrolló todos los principios y ecuaciones que se conocen de la mecánica de materiales (estática) y los conocimientos del movimiento de los cuerpos (dinámica).
Cuando era profesor en Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico, en la década de los sesenta y setenta del siglo pasado, esas dos materias -estática y dinámica – eran dos de las cátedras de mi responsabilidad. Así pues, ahora ya en el ocaso y penumbra de mi vida, Galileo me sale hasta en los sueños.
En realidad, hay hechos que por su complejidad histórica no terminan de ingresar en el pasado sino mucho tiempo después de ocurridos. A los humanos nos toma demasiado tiempo reconocer y enmendar los errores añejos.