Quisiera ser mediocre

Quisiera ser mediocre

POR LEÓN DAVID
Después de sopesada meditación; después de calibrar cuidadosamente los pro y los contra; después de considerar, con apego a los más rigurosos patrones del método científico, los datos relevantes del problema, he arribado a la desconsoladora conclusión de que, para poder vivir en paz en este territorio que el destino me eligió a guisa de patria y lar nativo, debo convertirme en uno del montón, transformarme en individuo anodino, en un ser mediocre cuya absoluta carencia de brillo y originalidad no atraiga la mirada del vecino curioso ni del transeúnte impertinente.

Algún jocoso dirá –no sin cierta agudeza- que convertirme en mediocre no me costará demasiado trabajo, pues que nací con esa condición… Sin embargo, apelando al derecho que todos tenemos de que, mientras no se pruebe nuestra culpabilidad, se nos juzgue inocentes, me escudaré, para el caso, tras la hipótesis, asaz  tranquilizadora, de que la madre naturaleza no me privó de algunos talentos y habilidades…

Y, si es así, si no estoy incurso en inexactitud al presumir que poseo alguna cualidad, aunque tan solo sea la de la facundia, ¿por qué desear la mediocridad? Muy simple es la respuesta: porque lo peor que le puede acaecer a una persona en nuestra inefable media isla es descollar por su inteligencia, sensibilidad y apego a estrictos valores éticos. Quien cometa la imprudencia de mostrar tales virtudes es de inmediato estigmatizado por los que le rodean, que no le pueden perdonar al insolente que la abundancia vital que manifiesta les recuerde su desesperante endeblez humana.

Se equivocan de medio a medio los que piensan que el mayor crimen que pueda cometerse es el robo, el asesinato o la violación… No, por chocante que pueda parecer, el crimen capital en nuestra sociedad es destacarse. Quien por sus méritos se señala es el verdadero rufián al que todos condenan, persiguen y vilipendian. Con él no hay piedad. Prefiere el pueblo (sucedió algo parecido hace bastantes años con un sospechoso personaje llamado Jesús y apodado el Cristo), prefiere el pueblo, repito, perdonar al villano antes que dejar de colgar en la cruz al justo. La vida del ingenuo que no supo a tiempo ocultar el superior linaje de su espíritu, se transforma entonces en una horripilante pesadilla: sus familiares y amigos de aprovecharán de él para abandonarle a su suerte apenas, como consecuencia de su torpe falta de disimulo, se embrolle en terribles dificultades. Los que de frente le elogian, tan pronto voltee la espalda se encargarán de encajarle alfileres. En el trabajo lo aborrecerán e intentarán despedirlo pues, ¿cómo sufrir la compañía de alguien que realiza las cosas correctamente, con seriedad y profesionalismo, cuando los demás sólo curan de aprovechar el cargo para medrar sin dar un golpe? Los jefes, al percatarse del peligro que representa la presencia de un trabajador honesto y eficaz entre ellos, no dudarán ni por un minuto en hacerle la vida imposible, en tenderle celadas que luego serán aprovechadas con el torcido fin de perjudicar su reputación y excluirlo de los asuntos importantes para los que nadie es más competente que él… En fin, que a nuestro desventurado amigo no le quedará más remedio –si en subsistir y mantener a su familia se empeña- que esconder sus fulgurantes aptitudes, arrinconarse en algún oscuro despacho de oficina y dejar –cerrando la boca y mordiéndose los labios- que sus poco escrupulosos colegas hagan los que les venga en ganas.

En resumidas cuentas, nuestro cándido infractor de la más implacable ley de la sicología humana, deberá simular que no es inteligente, ni sensible, ni honrado. Con ese objetivo, tendrá sobre todo que ejercitarse en la ardua labor de no hacer nada que ponga de resalto sus propias cualidades. Al cabo de un tiempo más o menos prolongado de tan ruda gimnasia de inactividad y entorpecimiento sistemático de los dones con que vino al mundo, casi seguramente conseguirá su propósito: convertirse en mediocre. Ya nadie se preocupará por él, a nadie inquietará su compañía y podrá subsistir tranquilamente como una planta más en medio de la inhóspita selva de la imbecilidad humana.

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