Quisqueya o la isla del siempre jamás

Quisqueya o la isla del siempre jamás

FABIO HERRERA-MINIÑO
La isla de Quisqueya, ubicada en la corva superior norteña de la placa tectónica del Caribe, es hospitalaria de una población de más de 16 millones de seres humanos que se debaten, unos en una pobreza extrema, y otros, en creerse desarrollados, mientras es golpeado por las limitaciones más aberrantes de un sector sumido en las carencias, mientras un reducido sector pretende vivir en una sociedad desarrollada, asemejándose a sus similares europeas y norteamericana.

Ya en la parte occidental de la isla, no existe una Nación, que pese a sus fuertes lazos atávicos de un nacionalismo a ultranza, basado en el color de la piel, sus instituciones colapsaron, se han vuelto inmanejables, mientras la comunidad internacional se colapsaron, se han vuelto inmanejables, mientras la comunidad internacional se resiste a soltar los millones de dólares que en diversas ocasiones le han prometido; tan solo reciben pequeñas ayudas como la que se ha anunciado de $10 millones de dólares para construir carreteras, la cual se la presentan los amigos de Haití como un triunfo, mientras la población busca todo los medios de no morir o de emigrar hacia la parte oriental de la isla.

Por su parte, en el oriente de la isla, los dominicanos, nos debatimos entre las necesidades, los lujos y las impunidades, cuando se vive en medio del horror de ver como los políticos se protegen mutuamente y no hay acciones directas para enfrentar a quienes robaron millones de pesos en perjuicio del bienestar público. Nadie se atreve a enfrentar a los evasores de impuestos, a los empresarios reconocidos contrabandistas, a los que asesinan en ajustes de cuenta a decenas de personas ligadas al narcotráfico, y cuando se producen escándalos, es por poco tiempo, a la espera de uno mayor que acapare la atención pública.

Somos la isla del siempre jamás, que para sus habitantes es difícil que logremos institucionalizarla para vivir decentemente, sin estar añorando emigrar para asegurarle un mejor futuro a los hijos y nietos, mientras el país se convierte en un paraíso de los delincuentes de toda laya, desde los más sofisticados, que por medios electrónicos manejan a su antojo las finanzas del país, y otros, con armas en las manos entronizan un reino de la violencia que a nadie respeta. Ya todos los nos mantenemos temerosos de que algún día podría tocarnos.

Este país del siempre jamás, que Duarte soñara como algo muy personal, y aspiraba a que fuera un modelo en América, después de ver el destino de las naciones sudamericanas, que hasta Simón Bolívar en sus días finales renegó de lo que había realizado para liberar a esos pueblos, vemos como se nos diluye casi por las mismas causas que empujaron a los restauradores de 1863 a expulsar definitivamente del país al patricio. Esas causas persisten todavía en que los que se atreven a denunciar lo malo están expuestos a ser exterminados por las furias del poder del dinero mal habido, que se exhibe en todos lados, desde algunas encumbradas residencias de Casa de Campo hasta los barrios marginados, donde muchos hacen gala de sus poderíos provenientes del narcotráfico o de los asesinatos a solicitud de quienes están decididos a eliminar sus rivales, por pasiones, o a quienes los incordian con las denuncias de sus flagrantes latrocinios.

Vivimos tiempos difíciles y llegamos a un punto del siempre jamás, que podría ser una realidad cuando la sociedad termine desmonoronándose, si es que la voz premonitoria de un valiente cardenal, en permanente pie de lucha para que rectifiquemos conductas, se pierde y nadie le ponga atención. El sistema educativo formal se hunde en la dejadez y los valores, que nos enorgullecían, dejaron de existir para ser reemplazados por el atropello de quienes buscan el dinero a como de lugar para vivir en el lujo, en un concumismo desbocado, propiciado por sociedades más desarrolladas, que aún cuando se desmoronan, tienen más reductos de protección que la nuestra, donde la debilidad cada día es más notoria con el auge del robo al Estado, e impunidad a quienes los cometen, sin temor a ser condenados.

Alertar este derrotero para rectificaciones es una tarea imposible en éste país del siempre jamás, cuando se ve con indiferencia los casos de ajustes de cuentas, que ni siquiera la policía mueve un dedo para solucionarlos; semanalmente la prensa se hace eco de alguien que fue ajusticiado por haberle dado un tumbe importante a un narcotraficante, y por lo general se continúa con el asesinato o secuestro de los familiares de quien tuvo la osadía de robarles a quienes trafican con la imperiosa necesidad de la sociedad norteamericana, sedienta de un mayor volumen de drogas.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas