Quito, cumple 30 años como patrimonio cultural del Mundo

<P>Quito, cumple 30 años como patrimonio cultural del Mundo</P>

QUITO. AFP. Podría ser la más rebelde de las capitales sudamericanas, pero cuando su plaza no hierve pidiendo que caigan presidentes, Quito es una urbe alargada, bien puesta con templos y testigos del tiempo que le merecieron hace 30 años el título de Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Con 1,5 millones de habitantes, la ciudad de la mitad del mundo cumplió esta semana un aniversario más como bien de la humanidad, pero más que esa distinción en su corazón histórico late un activismo cotidiano que podría elevarla a templo del inconformismo.

«En la Plaza Grande siempre se está de fiesta o de bronca», dijo Miguel Angel Reinoso, de 64 años y quien desde hace 31 trabaja como peluquero  en un local con entrada de cueva a los pies del palacio presidencial. Sin más preámbulo, el hombre despliega su memoria para recordar al Quito caótico y a veces maloliente de finales de los setenta y compararlo con el actual, limpio y restaurado, que sin embargo ha acogido las revueltas que sacaron del poder a tres presidentes en la última década.

En una de esas manifestaciones, tres bombas lacrimógenas cayeron en su local -la pequeña cueva que lleva un letrero pintado a regla en que se lee la palabra “Unisex”-, desatando una nube que hizo correr a sus clientes con delantales atados al cuello y a medio motilar, rememoró en un diálogo con la AFP.

A diario en la Plaza Grande -de 100 m2- se juntan, para alzar la voz y las manos, jubilados que rehúsan el olvido estatal, izquierdistas de boina roja, mujeres que cocinan al aire libre para repartir comida como símbolo de solidaridad y vendedores cansados del hostigamiento policial.

Pareciera como si todos los habitantes del centro del mundo tuvieran o alguna vez tuvieron un motivo para protestar. Y lo hacen siguiendo el ritual de elevar la mirada al balcón del Palacio de Carondelet, donde flamea una bandera ecuatoriana.    “Quito vive bajo amenaza de rebeldía, siempre ha sido así. Recuerdo cuando las revoluciones de antes se veían desde las casas que rodean la Plaza Grande”, manifestó a la AFP Carlos Pallares, director del Fondo de Salvamento.   

Las “broncas”, el inconformismo del otro, ya no se observan desde los balcones. Ahora, en este centro quiteño restaurado, las cosas que pasan y se ven venir se aprecian desde una banca o desde una esquina resguardada por agentes con bastón. En una de esas esquinas Ramiro Chávez, fotógrafo de 67 años, recrea un contraste: presidentes sin escolta paseándose por la Plaza Grande y presidentes huyendo entre muchos guardaespaldas de una multitud rabiosa con puños alzados frente a Carondelet.

“Quito sabe tumbar presidentes. Cuando se cansa se junta acá, por uno, dos, tres…hasta 15 días, para verlos caer, luego regresa a la calma”, sostuvo.   Cuando hurga en las razones de la rebeldía  Pallares consideró que las vías angostas  “también son  culpables”.

Casco urbano colonial

“Este es un centro a escala humana, íntimo, donde el ciudadano se siente en su propia casa. Usted va a una plaza como la del Zócalo en México y no siente eso, no ve a estos señores sentados en bancas viendo todo, “un valor excepcional”: Pallares.

Por eso cuando se pensó en sacar el poder Ejecutivo del centro de Quito, para “no agobiar tanto el espacio público”, Pallares hizo notar que con o sin presidencia “las manifestaciones seguirán”.

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