R. A. Font Bernard – Anotaciones

R. A. Font Bernard – Anotaciones

En nuestra personal cronología de la Era de Trujillo, el año 1949 marcó el principio del fin, de aquella controvertida etapa de nuestra vida republicana. Y el día seis de enero de ese año tiene para nosotros una significación histórica, aparentemente ignorada, por quienes se han abocado a estudiar el desarrollo de los acontecimientos que culminaron la noche del 30 de mayo de 1961.

Un informe confidencial del Servicio Militar de Inteligencia (SIM) llevado al conocimiento de Trujillo, daba cuenta, de que el Día de Reyes de ese año se había celebrado una reunión conspirativa contra la estabilidad del régimen, en el hogar de la familia D` Alessandro Tavárez, en la calle Doctor Delgado, de esta ciudad. Como inspirador de la reunión se señalaba al joven Guido (Yuyo) D`Alessandro, y entre los presentes en la misma, figuraba el doctor Manuel Tavárez Justo. Este era tío de Guido D`Alessandro, quien a la vez era nieto de doña Isabel Mayer, una de las más cercanas colaboradoras políticas del dictador.

En los primeros días del 1959, Trujillo agotaba sus ímpetus seniles, con los encantos de una primaveral joven banileja, y aparentemente no le concedió importancia al informe del SIM, por lo que el mismo fue referido a la jefatura del Estado Mayor de la Fuerza Aérea Dominicana. Esta devolvió el expediente, señalando que «luego de las investigaciones de lugar, quedó comprobado, que el hecho denunciado se trató de una reunión social con motivo de los Santos Reyes». Suscribía el expediente de la FAD, el general Fernando A. Sánchez, cuya madre era vecina de la familia D`Alessandro Tavárez.

«Caída en desgracia», doña Isabel Mayer, como se decía entonces, nosotros tuvimos la oportunidad de conversar con ellos en nuestra oficina del Palacio Nacional-marzo del 1961-, tras haberle negado Trujillo la audiencia que ella le solicitara.

La dama nos entregó una carta dirigida «al querido e ilustre Jefe», en la que le transmitía una información, relacionada con un complot para eliminarle físicamente. En la carta susodicha no figuraban los nombres de los supuestos complotados. Y tras leer el resumen de la misiva, Trujillo exclamó sarcásticamente: «Isabel está loca».

No obstante, a los pocos días solicitó que se le mostrase el texto completo de la carta, tras haber recibido de Sid Barón, uno de sus agentes en los Estas Unidos, un informe, en el que se le informaba que el Departamento de Estado consideraba «como una opción para normalizar la situación política del área del Caribe la eliminación del más antiguo de los dictadores que aún sobrevivía».

En el verano de 1959, Trujillo estaba considerablemente disminuido en sus condiciones físicas y mentales. Era un prisionero de la dinámica del régimen que él había creado a su imagen y semejanza. El único sobreviviente de una etapa política latinoamericana, en la que habían sucumbido Perón, Rojas Pinilla y Pérez Jiménez, a quienes en breve seguiría Fulgencio Batista. Muchas de sus decisiones de esos días -frecuentemente erráticas e incomprensibles- eran inspiradas por el coronel Johnny Abbes, y por él «doméstico» encargado del servicio de alcoba. Escuchando las indiscreciones de éste, nosotros obteníamos informaciones confidenciales que transmitíamos al doctor Balaguer. En ese verano, sobre todo después de los acontecimientos de Constanza, Estero Hondo y Maimón, el coronel Abbes García era la persona más influyente en el ánimo de Trujillo. Esa influencia fue decisiva en el atentado contra el Presidente Rómulo Betancourt, con las consiguientes derivaciones negativas para el final del régimen.

Trujillo estaba informado al minuto de todos los movimientos que se realizaban en el exterior con el propósito de derrocarle. Pero lo que, según apreciábamos, le preocupaba eran las informaciones que recibía acerca del progresivo deterioro del régimen en el frente interno. De ahí la frecuencia de los viajes que solía realizar por todo el territorio nacional. Fue al regreso de uno de esos viajes cuando, visiblemente alterado, declaró que de materializarse la invasión que se organizaba en Cuba, «los sesos de los invasores volarían como mariposas».

Tras la deserción de varios funcionarios del servicio exterior, y comprobada la complicidad de numerosos familiares de personas comprometidas con el régimen, el propio vicepresidente y luego Presidente de la República, doctor Joaquín Balaguer, era vigilado por el aparato inquisitorial de Johnny Abbes, con los mismos métodos empleados contra los enemigos comprobados. Salvo de sus más cercanos confidentes, nosotros entre ellos, el doctor Balaguer no podía confiar en la lealtad de ninguno de los empleados del Palacio Nacional.

Rememorando retrospectivamente los acontecimientos de aquellos días, nos causa sorpresa comprobar cómo podían pasar desapercibidos, los mensajes premonitorios que el doctor Balaguer solía insertar en sus discursos de entonces, sin que atrajesen la atención de los intrigantes que se beneficiaban del declinante vigor físico y mental de Trujillo. Eran mensajes como los siguientes:

«Sean cuales sean las sorpresas que el porvenir nos reserve, podemos hallarnos seguros de que el mundo podrá ver a Trujillo muerto, pero no prófugo como Batista, ni tras las barras de un tribunal como Rojas Pinilla».

«Trujillo no es infalible, porque la infabilidad es don de dioses y los dioses pertenecen a la mitología y no a la política, que es por excelencia el dominio de lo contingente y de lo ponderable».

Estas remembranzas nos inclinan a considerar que la muerte violenta de Trujillo fue precipitada -aparte de que la misma estuviese interconectada con la eliminación física de Fidel Castro- por la expresión cínica y peyorativa con que hubo de referirse, en declaraciones para la prensa norteamericana, a la invalidez física del secretario de Estado Christian Herter. Este recomendó al Presidente Einsenhower, en el opresivo verano de 1959, «una acción directa contra el régimen de Trujillo», añadiendo «tras el establecimiento de un gobierno provisional, debemos reconocerle inmediatamente, y si es necesario enviar tropas a instancias suyas».

Hablando con el doctor Balaguer, en los primeros días de mayo de 1961, en una forma incoherente que impresionó a su interlocutor, Trujillo exclamó: «Yo sólo creo en los muertos». Pocos días después caía abatido, como lo diría el poeta, «al compás de un minuto y dos onzas del plomo».

Quede consignado para la historia que la «reunión social» del Día de Reyes de 1959, celebrada en el hogar de la familia D`Alessandro-Tavarez, fue el núcleo generatriz del movimiento político y social que provocó el principio del fin de la Era.

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